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4/20: Las inéditas historias cannábicas de dos santiaguinos que destacó el diario El País

“En la pandemia hubo una explosión de delivery canábico”, aseguró Valentina, instructora de Yoga de 47 años. En tanto, Jaime, empresario y padre de familia sostuvo que: “No tengo problema en que mis hijas sepan que fumo y ellas tampoco”.

En un especial publicado por el prestigioso medio español, a propósito de la conmemoración del 4:20 -término que inventaron cuatro adolescentes californianos en 1971 y que fue apropiado por la comunidad cannábica de todo el mundo- se destacan dos historias de santiaguinos que han consumido marihuana en sus vidas, quienes, junto a otros 8 relatos de personas de Sudamérica, coinciden en que existen estereotipos que nacen sobre la prohibición de la yerba.

A continuación, te compartimos los testimonios de un empresario y padre de familia de 55 años residente de Santiago y de Valentina, una instructora de Yoga de 47 años, quien también vive en la capital.

Jaime está casado, tiene tres hijas (25, 22 y 17) y adora la marihuana. Tanto, que la guarda en una caja fuerte. “Si fuera por mí, fumaría todos los días”, dice. Pero lo hace solo cuatro o cinco veces a la semana, casi siempre cuando termina su estresante jornada laboral, a eso de las siete de la tarde, y jamás mientras trabaja (porque se desconcentra).

La probó por primera vez a los 16 años y consumió asiduamente hasta los 21, cuando conoció a su esposa y se casaron. Entonces pasó a fumar ocasionalmente, una vez cada tantos meses. Hasta que a los 50 años —hace cinco— se reencontró con una pareja de amigos muy fumadores y volvió a engancharse. Le sirve para relajarse, para no llegar tan destruido al final del día y para incentivarse a hacer cosas. Es decir, para no caer rendido a la cama hasta el día siguiente. “Por diversión”, cuenta al teléfono. Fuma sativa y no compra pequeñas dosis, sino para el año entero (unos 200 gramos) y se gasta unos mil dólares. Nunca ha probado la paraguaya, porque no le gusta que contenga aditivos.

Créditos: EL PAIS

“No tengo problemas en que mis hijas sepan que fumo y ellas tampoco. Esto ha tenido un efecto contrario en mi casa. Mis dos hijas mayores fumaban y ya no fuman, por lo que lo hago con sus novias. A mi hija de 17 le dije que no podía hasta que cumpliera la mayoría de edad. Le he explicado que no es bueno para el desarrollo cerebral”, cuenta Jaime. Y agrega: “Nunca he cambiado mi pensamiento sobre la marihuana. Para mí, siempre ha sido suave, mucho más que el alcohol, por lo que debería estar legalizada al 100%. Se acabaría el tráfico”. El empresario dice que jamás ha tenido algún problema por fumar, aunque hace una salvedad: “Solo con mi señora, que no le gusta que yo consuma. Dice que hablo mucho y a la que le gusta hablar es a ella”.

Créditos: EL PAIS

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A lo largo de su vida, Valentina ha pasado por altos y bajos en el consumo de marihuana. La probó por primera vez en los años noventa —paraguaya, según recuerda—, pero no tuvo una buena experiencia. Por años no podía ni oler la planta y le hacía pésimo. Hasta que a comienzos de los 2000 se fue a Argentina a trabajar, estuvo de novia con un muchacho que cultivaba y se enganchó.

En ese momento, Valentina la ocupó para dejar de automedicarse con pastillas para adelgazar, a las que era adicta. “Como la marihuana me quitaba el hambre, cambié una droga por otra”, comenta. Con el tiempo, sin embargo, la experiencia de fumar se le fue haciendo más pesada y, cuando explotó la pandemia, apenas fumaba un par de veces a la semana. Pero la crisis sanitaria la llevó a consumir para evadirse: “Tuve un rebrote, mal. Caí en la profundidad y quería fumar todo el día”. A veces le ayudaba a controlar la angustia, pero en otras ocasiones, la hierba le angustiaba más. Aunque ella jamás ha comprado mucho —consigue a unos 14 dólares el gramo de sativa, más otros 14 por el traslado a domicilio—, hubo un mes en que llegó a gastar unos 420 dólares en una sola compra: “En la pandemia hubo una explosión de delivery canábico”, cuenta al teléfono. Valentina terminó yendo al psiquiatra y poco a poco ha intentado dejar de fumar. Desde hace seis meses lo hace solo una vez a la semana.

Créditos: EL PAIS

“A medida que más he tenido conocimiento científico, mi opinión ha dejado de ser emocional. Siempre pensé ‘la marihuana es súper buena onda, toda la gente debería fumar’, pero me he dado cuenta de que no. Veo a mis sobrinas pequeñas y me da miedo pensar en que en algún momento puedan fumar. Me asusta, porque con el tiempo las plantas han cambiado y están intervenidas genéticamente [se refiere a las variantes híbridas, ya que no se conocen cultivos de marihuana transgénica]. Le he tomado respeto y me da rabia la percepción de inocuidad instalada”.

Puedes leer el especial completo de EL PAIS haciendo clic aquí.

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