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Areneros del río Maipo: una historia de esfuerzo, organización y lucha que se resiste a desaparecer

 Esta publicación forma parte del suplemento digital Oficios Tradicionales: La lucha contra el olvido y la desaparición, que fue financiado por el Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y el Consejo Regional Metropolitano de Santiago.


Constructores y testigos del auge y el progreso de la región Metropolitana, los areneros del río Maipo son guardianes de una historia que se remonta hace casi 200 atrás, cuando la naciente república luchaba por afianzar sus dominios y construir la capital que sería el centro de su poder político y administrativo.

Hoy este invisibilizado oficio, que permitió levantar la gran urbe capitalina y cuya labor y legado se aprecia a simple vista por medio de imponentes construcciones, se encuentra en peligro de extinción. La construcción de centrales hidroeléctricas de paso como Laja 1, Laja 2 y Queltehues, generaron una reducción en el caudal del río y con ello el descenso considerable en el material que este arrastra hacia sus riberas, afectando la extracción de áridos. Sumado a ello la creciente mecanización del trabajo, la incorporación de nuevas tecnologías y la ausencia de una regulación rigurosa, han conspirado para que cientos de familias vean afectada su fuente laboral y un legado de más de 200 años se pierda por la falta de perspectivas de desarrollo.

UNA HISTORIA DE ESFUERZO Y ORGANIZACIÓN

Tradicionalmente los areneros artesanales extrajeron material desde el río por cuenta propia. Lo hicieron sin muchos recursos y organización. Sin embargo al inicio del año 1960, en caso de las comunas de de Buin y San Bernardo se organizaron desde sus distintas ubicaciones y crearon los primeros sindicatos en búsqueda de mejores proyecciones laborales. “No había alguien que los guiara o que hubiera una concentración de personas donde se discutieran temas importantes, o que se luchara por mayores adelantos en las organizaciones. Por eso, se formaron los sindicatos, para que los asociados trabajaran de mejor forma”, cuenta Renato Becerra, histórico dirigente del sector el Cerrillo, en la comuna de San Bernardo.

Distribuyendo los espacios de trabajo a lo largo del río, los sindicatos se fueron organizando y designando sectores para la extracción del material. Cada sindicato estaba conformado por 150 a 200 personas. Este ejercicio de organización les permitió establecer un sistema de trabajo que generaba recursos para sus familias, sin embargo el golpe cívico militar de 1973 casi generó su desaparición, pese a ello muchos siguieron trabajando y en la década de los 80 se volvieron a reunir, esta vez para hacer frente a un nuevo enemigo, la mecanización.

“Después para nosotros era imposible competir con las máquinas. Una persona, ni diez, compiten ante una maquinaria, no se puede, es imposible. A nosotros, areneros artesanales, nos autorizaban una cantidad de metros lineales por un ancho de 150 metros, una cantidad de metros cúbicos, que podían ser 50 mil, 100 mil, 200 mil. Lo que más se ha sacado en el río es a través de las plantas areneras, que han sacado millones y millones de metros cúbicos. En comparación al arenero artesanal no se va a comparar nunca, porque es todo mecanizado”, detalla Becerra.

EL TRABAJO Y LAS HERRAMIENTAS

Una de las principales características del oficio de la extracción artesanal era el gran esfuerzo físico que los trabajadores debían realizar. Largas jornadas de trabajo en condiciones precarias, donde no importaba ni el frío ni el calor en una calichera, que es el espacio donde realizaban las extracciones con palas y picotas.

Las herramientas muchas veces las construían ellos mismos, como la garilla, una especie de carretilla que hacían con tablas y palos; o el famoso arnero, que usaban para seleccionar el tamaño de los productos áridos; las palas, por otro lado, las modificaban para cargar mayor cantidad de material en los camiones. Pero, sin duda, una herramienta ancestral y que es símbolo patrimonial de los areneros, es la “pata de cabra”, construida con tres palos y que simbolizó las canalizaciones realizadas a principios del Siglo XIX para la construcción de la comuna de San Bernardo.

Sobre esto Juan Moris, hoy de 76 años, que llegó a vivir a la ribera norte del río Maipo en el año 1960, es uno de los pocos trabajadores que puede rememorar aquellos días señala que “en el invierno tocaba ir a cargar los camiones todos mojados y había que sacarse la ropa, cargar casi en pelotas, para no resfriarse, y después íbamos a un restaurante a tomarnos algo para poder pasar el frío. (…) Nosotros siempre trabajamos, uno salía oscuro y se acostaba oscuro, a eso de las ocho y media se volvía a la casa, se tomaba un poco de té, se dormía y después vuelta a lo mismo”.

Juan Moris posa en las calles de la población El Cerrillo. Créditos: Gonzalo Ibarra

Carlos Ledema, que se inició en este trabajo a los 11 años junto a varios de sus hermanos, ayudaba a su padre cargando los camiones que iban a comprar áridos. “En ese tiempo había angarillas, porque las carretillas eran tan caras y no había acceso para comprarlas. Las hacíamos con tablas y cargamos con palas”, recuerda, dando cuenta además de la precariedad con la que desarrollaban un trabajo, que paradojalmente permitió la modernización y el crecimiento de toda una ciudad.

EL ROL DE LA MUJER

Las mujeres cumplieron un papel fundamental en el desarrollo de estas comunidades de areneros, ya que si bien no todas estuvieron en una calichera extrayendo material, si realizaron distintas labores y supieron sacar con esfuerzo a sus familias adelante. Además de ocuparse de las tareas domésticas, muchas trabajaron en los campos como temporeras. Aquellas que iban al río a trabajar, picaban las piedras con picotas y después arneaban la arena para separar la piedra de la arena, después al igual que los hombres, cargaban los camiones con palas.

La pareja de areneros artesanales compuesta por María Mallea y José Gregorio. Créditos Gonzalo Ibarra.

“Abajo yo le llevaba once a mi esposo. También fui arenera, no todo el día, porque tenía niños chicos, pero sí ayudaba a trabajar, me gustaba hacerlo con el ripio, porque sonaba al caer; lo que era arena y estuco, pasaba no más. Me gustaba tirar las paladas de ripio al arnero”, recordó María Elena Mallea, arenera de la comunidad El Cerrillo, en la comuna de San Bernardo.


 Esta publicación forma parte del suplemento digital Oficios Tradicionales: La lucha contra el olvido y la desaparición, que fue financiado por el Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y el Consejo Regional Metropolitano de Santiago.spot_img

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