Está desnuda, siente mucho miedo, un ser oscuro y con aspecto de lobo está sobre ella. Es gigantesco. Diría que casi la triplica en porte. No recuerda más, pero la escena se repite en su cabeza, una y otra vez, que a veces piensa que su cerebro lo protege como dentro de una caja fuerte. Otra vez el miedo invade su cuerpo. Está desnuda. Ese rostro terrorífico insiste en regresar; la mirada fija hacia ella, que está frente a frente, que por nada se desviaría, ya no la podrá borrar.
Fue un sueño rudo, impactante. Un golpe emocional, piensa. Nada pasó desde que abrió los ojos aquella madrugada en su casa del sector El Sauce, en la comuna de Padre Hurtado, y como de costumbre cuando ocurren estas cosas, se levantó para ilustrarlo. Tomó asiento en un costado de la cama. La habitación la comparte con su hermana menor, la que tiene 24. Su escritorio se ubica justo a un lado de la cama, a una escasa distancia de donde está la cabecera; es una vieja mesa que alguna vez ocupó la familia, es grande y redonda, de madera, firme todavía, un vestigio de decenas de recuerdos de cuando era pequeña y que nunca quisieron botar, y que ahora, dice, es su escritorio, su estación de trabajo, donde sólo está su computadora y una tableta gráfica.
La luz no es tan buena, es un poco precaria, hay solo una ampolleta en el techo. Durante el día podría ser mejor porque hay una ventana al costado de su cama. No es un buen espacio para trabajar. La cama, de hecho, la ocupa de asiento. Pero todavía no puede permitirse un lugar mejor, comenta, mientras no deja de pensar que sus sueños son interesantes.
Sobre este escritorio Kamila Guevara, de 26 años, agrupa un portaminas 05 y otro 07, sus lápices grafito 4B, 7B y 8B; también pinceles de acuarela para difuminar y una goma de borrar, esta última, comprada con aportes recibidos a través de Patreon, plataforma donde la gente dona dinero y ella los retribuye con contenido exclusivo.
Aquella madrugada avanzó bastante. Resaltó las expresiones del cuerpo humano: es una mujer, desnuda, como en el sueño, pero esta vez no siente miedo; por el contrario, se siente en calma, excitada, y mira a ese feroz lobo, que ahora aparece desde sus senos y tiene unas correas que aprietan su cabeza hasta el hocico.
— Que un ser diabólico, por así decirlo, te seduzca, me parece muy erótico. Interviene en la conversación.
Aquellos seres oscuros, que se repiten como en un bucle y que podrían ser causante de un pánico profundo para cualquiera que yo conozca, son parte del proceso de creación. Al menos así lo afirma la joven. Después de realizar más de un centenar de ilustraciones ahora es algo que le gusta explorar.
En ese ejercicio aflora un erotismo ligado a deseos imaginarios, aunque algunos sueños sí le producen pánico. Como aquel que transformó en un fanzine: un humano con cara de conejo al que le faltaba la piel la persiguió por un campo que estaba seco como un desierto. Así fue, más o menos, el momento onírico. Varias ilustraciones componen ese trabajo, pero del miedo, Kamila, una vez más, pasó al erotismo.
A veces asocia sus creaciones con los fetiches que tienen muy pocas personas, como la espectrofilia, por ejemplo, un supuesto fenómeno de encuentros sexuales entre espíritus y humanos. Al estar investigando esos conceptos, dijo, también los sueño, me gusta alertar a las personas, provocar por provocar, crear controversia más que nada, agregó la joven, reconociendo ser un poco morbosa.
El cine de terror es parte de su inspiración junto con sus escenas sexuales, también el hentai (anime con contenido sexual explícito), pero su mayor influencia es el movimiento cultural Ero-guro, que mezcla el erotismo grotesco y el terror surrealista, una corriente que nació en los años de entreguerras en Japón, donde jóvenes, artistas y bohemios, sus principales devotos, tuvieron esta reacción colectiva en contra de la moral ultraconservadora que subía al poder en los años ‘20 y ‘30.
Tal vez, dice, sus ilustraciones son un reflejo de su vida. Ella suele vestir de color negro, aquel día usaba unos botines ajustados del mismo color y lucía accesorios de cuero en su cuello. Posaba para la portada de esta crónica. El detalle y forma de sus uñas eran idénticos a una demonia que dibujó en una hoja de block y que sostenía para mostrar su trabajo.
— Siempre he estado conectada con lo oscuro, con el mundo del terror y el gore. De chica no tenía filtro de qué cosas podía mirar, veía películas sangrientas y ciertas imágenes quedaron grabadas por siempre. Me daba miedo verlas, pero al mismo tiempo estaba ese morbo que me hacía mirarlas. Lo que hago también puede ser un reflejo de traumas —, comentó la artista.
Ese día viernes eran como las 12.30 horas. Ella se preparaba para ir al Festival de Arte Erótico de Santiago, un evento oculto de la capital. Las coordenadas eran en un teatro cerca de la Plaza de Armas. Cuando llegó, el ambiente fue agradable; maravilloso, en realidad. Nunca había sido parte de algo que se enfocaba solo en lo erótico. Conoció a más gente que lo practicaba: pintores, performistas, actores, fotógrafos, cantantes, entre otros. Sintió una total liberación. Porque siempre tuvo miedo del qué dirán o que la tratasen de manera inadecuada. A veces aparecen las preguntas de la gente ¿Por qué hace eso? ¿Estará bien de la cabeza? Hay mucha gente que rechaza este tipo de arte, dice, sobre todo si es mezclado con horror y demonios.
— Algunos lo encuentran enfermo, pero igual hay público al que le gusta. A mi familia le carga, he tenido atados con mi mamá, se impacta mucho, pero ya se está acostumbrando —, comenta Kamila.
Sus sueños guardan relación con crecer como artista y llevar su trabajo a los cómics. Quiere realizar historias de terror, o eróticas. Hacer grandes proyectos, grandes historias. Este año publicó “Little Cannibal”, un breve relato disponible en digital. Sus historias locas, dice, deberían algún día tenerlas en físico, impresas, hechas libros, y que por eso sea reconocida. Otro de sus objetivos es adentrarse al mundo del tatuaje.
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