Tras los fracasos del director Joel Schumacher al mando de Batman Forever (1995) y Batman y Robin (1997) el universo de Batman en la gran pantalla parecía haber llegado a su fin. Demasiada pirotecnia. Demasiada caricatura. Schumacher había transformado la exquisitez gótica de los filmes de Tim Burton –Batman (1989) y Batman Returns (1992)- en un lamentable espectáculo de circo.
Pero ni siquiera Burton había logrado darle una profundidad y verosimilitud tan intensa como lo hizo Christopher Nolan en su trilogía iniciada en 2005 con Batman Begins, continuada con The Dark Knight, de 2008, y cerrada con The Dark Knight Rises en 2012. En estas películas nos encontramos ante un Batman profundamente humano, vulnerable y a la vez tan fuerte, ágil e inteligente como solo el caballero oscuro puede serlo. Con villanos memorables -el Joker de Heath Ledger da para un artículo completo- y una Gotham tan moderna como claustrofóbica, la saga de Nolan se encumbra dentro de las mejores adaptaciones del cine, no solo de Batman, sino de cualquier personaje surgido del mundo del cómic. Sin ir más lejos, la segunda parte de la trilogía rompió todos los récords de taquilla y obtuvo nominaciones a todos los mejores festivales de cine, incluyendo la obtención de dos Premios Óscar.
Es verdad que la taquilla o las nominaciones no son necesariamente sinónimos de calidad cinematográfica, pero el Batman de Nolan, más que un personaje de cómic, plano y estático, nos muestra distintas facetas humanas de un ser que, pese a vivir una vida llena de lujos, parece no tener más remedio que transformarse en un verdadero guardián nocturno, un ser condenado a la oscuridad, apareciendo en medio de la noche para defender a una ciudad infecta de criminales de toda estirpe, a pesar de que en ello se le vayan las fuerzas y la vida entera. Un hombre-murciélago que espanta a los criminales, pero también a quienes logran establecer un vínculo afectivo con él. Un maldito, al igual que muchos de sus rivales, Batman es un ser oscuro desde lo literal y lo simbólico, un extranjero en su propia ciudad, tan amado como temido. Ya lo dice el Joker en The Dark Knight: “No hables como ellos, ¡no lo eres, aunque quisieras! Para ellos sólo eres un bicho raro, como yo. Ahora te necesitan, pero cuando no sea así, te excluirán como a un leproso. Verás, su moralidad, su ética, es una gran mentira. Se olvidan de ellas a la primera señal de problemas. Sólo son tan buenos como el mundo les permite ser. Ya lo verás. Cuando las cosas se compliquen… estos individuos civilizados se matarán entre ellos”.
Este punto es una de las tantas capas que se pueden analizar en estas películas, y personalmente es una de las que más interesantes me parecen: la dualidad héroe/monstruo de Batman. Un personaje que está fuera de la ley, con códigos propios. Un desplazado de la sociedad, pero a la vez incorporado cuando se necesita de él. En términos teóricos, el académico Adolfo Vásquez Rocca, haciéndose cargo de las ideas de Foucault acerca de lo monstruoso, señala que “el monstruo es el ser en quien leemos la mezcla de dos reinos, porque, podemos leer en un único y mismo individuo la presencia del animal y la de la especie humana”.
Batman, desde su nombre y su disfraz en adelante, incluyendo su doble vida diurna y nocturna, es una mezcla entre humano y animal. Por supuesto, no estamos hablando de una mutación genética ni una transformación como la de Spiderman, pero sí de un ser humano que ha asumido “voluntariamente” la forma, el nombre y, de cierto modo, la vida de un murciélago, animal temido, expulsado de la casa, ejemplo de fealdad, de lo que no se quiere ver. Sin dudas una paradoja, sobre todo al ser reflejada, por ejemplo, frente al Joker, que asume una forma de payaso, de bufón, del que hace reír, pero que provoca muerte, destrucción, caos. Y en la otra cara de esta dicotomía héroe/monstruo, en The Dark Knight se plantea la pregunta sobre la condición heroica de Batman, respondiendo a ella desde un punto pocas veces tratado en el cine hollywoodense: el héroe como símbolo.
Es sabido que muchas veces, en tiempos de crisis, los líderes políticos (o militares) buscan lograr un “enemigo externo” que unifique al pueblo, un enemigo visible a quien atacar, un blanco para todas las flechas; por otro lado, recurren a una persona que reúna ciertas cualidades morales y/o físicas que sirva como símbolo y ejemplo a seguir: un héroe. Si ese héroe muere en combate, mejor aun, pues ahora se cuenta con un mártir. Es lo que ocurre de manera alegórica, por ejemplo, en Rebelión en la Granja de George Orwell, y lo que ha ocurrido en tantos casos en la historia de Chile y de la humanidad completa. El héroe, en su vida real, no es necesariamente un ser intachable o un líder indiscutido. El héroe es más bien un objeto simbólico, que encaja dentro de un proyecto político determinado y que sirve para meter ciertas ideas en la cabeza del pueblo, sean políticas, sociales, morales, o simplemente para darles esperanza. Es lo que ocurre en The Dark Knight con las figuras de Batman y el fiscal de Gotham, Harvey Dent, más adelante convertido en el villano Dos Caras. Como sabemos, Gotham está en crisis.
El crimen común y el organizado se han tomado la ciudad y el comisionado Gordon les ha declarado la guerra. Todo se complica aun más con la aparición del Joker y su caótica forma de cometer crímenes. Harvey Dent, el nuevo fiscal, busca por todos los medios detener al Joker y a la horda criminal que aplasta la ciudad, incluso acudiendo a Batman, a pesar de sus aprensiones con respecto a la situación límite de la legalidad que ocupa el hombre-murciélago. La ciudad llega a confiar en Dent. Es una figura fuerte, firme y que entrega cierta seguridad a una ciudad en crisis. Por supuesto, la ciudadanía no se entera de la transformación de Dent en Dos Caras ni de los crímenes que ahora comete (profética es la frase que nos entrega el mismo Dent: “O mueres siendo un héroe o vives lo suficiente para convertirte en villano”).
Por eso, cuando Dent muere, Batman decide cargar sobre sí con esa culpa en pos de que Dent se convierta en un héroe. Es más, en un mártir. Para Batman es el momento de que la ciudad tenga una figura a quien seguir, que les entregue esperanza, por eso él mismo le dice a Gordon que lo culpe de las muertes que cometió Dos Caras. Decide convertirse en el “enemigo externo”, en el “Snowball” de Rebelión en la Granja, para que la ciudad pueda abrazar a un héroe: “Seré lo que más necesitamos… Me condenarás, haz que me persigan porque eso es lo que tiene que pasar. Porque a veces la verdad no basta. A veces la gente merece más. A veces la gente merece que recompensen su fe”.
Gordon, el único que sabe de esto, guardará silencio, tal como se lo pide Batman. Gordon sabe que “la verdad no basta” y que confesar que Dent, el único “humano” que ha logrado dar cierta esperanza a una ciudad en crisis, ha muerto convertido en un monstruo y en un asesino, no hará más que quebrar la frágil fe de los ciudadanos. Batman no cuenta en esta fórmula, porque, como he señalado, es un fugitivo eterno, un marginado, un monstruo/héroe consciente de que su figura simbólica puede soportar una culpa tan grande con tal de restablecer cierto equilibrio, aunque ese equilibrio no esté basado más que en una manipulación… aunque ¿no funcionan todos los héroes más o menos así? Como señala Gordon al final de la película, remarcando esta dualidad monstruo/héroe de Batman: “Él es el héroe que se merece la ciudad, pero no el que necesitamos ahora. Así que lo perseguiremos hasta el final de los días, porque él no es un héroe, es un guardián silencioso, un vigilante protector, un caballero de la noche”.