Cuando se habla sobre “cine de autor”, resulta difícil que no se mencione el nombre de Martin Scorsese dentro de la discusión. Con casi 60 años de trayectoria en la industria del cine, este director ha traído a la pantalla grande increíbles películas de culto que siguen manteniéndose vigentes y relevantes hasta el día de hoy (“Raging Bull”; “The Departed”; “The Wolf of Wall Street”; por mencionar algunas).
La década de los 90’ fue una particularmente exitosa para el cineasta, con estrenos como “Goodfellas” (1990), “Cape Fear” (1991) y “Casino” (1995) arrasando con la crítica y las audiencias, y popularizando de forma masiva su nombre como uno de digno reconocimiento entre los grandes autores de Hollywood.

Sin embargo, hay una cinta noventera de Scorsese de la cual pareciera que nadie se acuerda. Una pequeña joya lanzada en el año 1999, protagonizada por nada más ni nada menos que el mismísimo Nicolas Cage (“Leaving Las Vegas”; “Face/Off”) y escrita por el gran Paul Schrader (“First Reformed”): “Bringing Out the Dead” (traducida como “Vidas al Límite” en Hispanoamérica).
La mente detrás del filme
Para quienes están familiarizados con el director italoamericano, ya saben que el hombre jamás apuesta por contar historias simples en sus cintas. Pasando por una amplia gama de géneros (y reconocido especialmente por sus producciones sobre la mafia y el crimen organizado), Scorsese ha demostrado una y otra vez que tiene buena mano para cada proyecto nuevo que se propone a hacer…y por lo mismo me causa una extrañeza enorme el que casi nadie hable de la que –encuentro yo- es su película más frenética y distorsionada.
El director realizó la mayoría de sus trabajos más polémicos junto al guionista Paul Schrader, logrando éxitos como “Taxi Driver”, “Raging Bull” y “The Last Temptation of Christ”. Esta última fue la colaboración final entre los dos después de un largo hiato de casi 10 años, hasta que Scorsese se apasionó por adaptar la novela titular de Joe Connelly, le llevó el proyecto al Schrader, y este enganchó en minutos, a tal punto incluso, que se internó en múltiples turnos de ambulancias para poder perfilar bien el ambiente de la película antes de escribir el guión.

¿Por qué hago tanto hincapié en la relación entre director y autor? Principalmente porque al ver “Bringing Out the Dead”, resulta difícil no rescatar la misma esencia notoria de Schrader que existen en las cintas que tiene con Scorsese. Hay una exploración turbia y cruda de la naturaleza humana, y con ello, un verdadero cuestionamiento sobre si somos una raza digna de ser salvada.
“Taxi Driver” es prácticamente la antítesis de “Bringing Out the Dead”. Ambas cintas siguen a un protagonista caracterizado por una psique fracturada por una constante ambulación por las calles de New York City, exentas del glamour tradicional que les da Hollywood, y en cambio, llenas de callejones, suciedad, criminales, y por sobre todo, caos.
En “Taxi…”, Travis Bickle es un sociópata que maneja su taxi por las noches, determinándose cada vez más a marcar su diferencia en el mundo al eliminar a la escoria de la sociedad (que a su parecer, son principalmente los traficantes y los proxenetas). El objetivo principal es quitar una vida (o varias), en pos de un bien mayor.
Una carrera a toda velocidad
“Bringing Out…” sigue a Frank Pierce, un paramédico de ambulancia que lleva días sin dormir, atormentado por todas las vidas que no ha podido salvar durante lo que él denomina como una “mala racha”. Aún rodeado por todo el crimen y la miseria que corroe la ciudad, Pierce divaga frenéticamente por las calles en búsqueda de la redención por sus errores. A diferencia de la otra cinta, aquí el objetivo principal es salvar una vida, pero no en pos de un bien mayor, sino de uno propio.
Pero más allá del hecho de que ambas cintas se complementan muy bien como caras distintas de una misma moneda, lo que realmente resalta a “Bringing Out the Dead” es cuán caótica y adrenalínica es.

Apenas la película parte, resulta imposible no ponerse en un estado de alerta. Las luces de las sirenas de ambulancia encandilan la pantalla con su parpadeo. Hay constante luz y oscuridad, que con cada destello vislumbran el rostro de Frank Pierce. Ojeras marcadísimas, piel pálida, una mirada en trance que se concentra en el camino a toda velocidad. Se escuchan los despachos por la radio, y todo mientras “TB Sheets” de Van Morrison suena a lo largo de la introducción. La montaña rusa recién está comenzando.
La odisea de Frank en búsqueda de su absolución, es una que realmente no tiene una narrativa tradicional (y la verdad es que no la necesita), pero está cuidadosamente estructurada como un progresivo descenso a un infierno psicológico.
En cada acto, Frank se ve acompañado por un compañero distinto, cada uno con personalidades cada vez más psicóticas, que van a la par con el colapso mental que este va sufriendo con cada día que pasa.

Sus interacciones con los distintos personajes que se topa cada noche (John Goodman, Ving Rhames, Tom Seizemore, Patricia Arquette, ¡y hasta Marc Anthony como un drogadicto!), ponen a Pierce en un viaje de descubrimiento sobre la vida y la muerte.
Frank describe en un punto que salvar una vida es algo majestuoso, que te hace sentir como que “eres Dios por un momento”, y es ahora, durante su mala racha, que tiene que aprender a lidiar con todo lo que implica cargar con ese peso, aunque sea por un minuto. Pues ser Dios no es sólo saber cuándo salvar una vida, sino también saber cuándo dejarla ir.
Con una dirección fotográfica alucinante de parte de Robert Richardson (responsable de la cinematografía completa de Tarantino desde “Kill Bill” en adelante), y una banda sonora eufórica de increíbles temas de rock y punk, no puedo recomendarles lo suficiente que vean “Bringing Out the Dead”, un delirante viaje psicológico que rara vez pisa el freno y que progresivamente te sumerge en una pesadilla psicodélica, guiada por un tremendísimo Nicolas Cage (en esos años donde su carrera era muchísimo más distinguida de lo que se ha vuelto hoy).