María es descendiente mapuche, no recuerda cuando dejó Temuco, era niña cuando sus padres migraron a las poblaciones callampas de Santiago en los años 80. Confiesa que tiene un hilo cultural que la conecta con la tierra, por lo que planta y cultiva plantas desde antes que la soberanía alimentaria fuera moda, es por eso que cree que los humanos nos enfermamos por lo que comemos.
Actualmente para nuestro país, el tema de las semillas transgénicas, es un tema que aún no tiene solución, para el gobierno de Chile decir que son potencia alimentaria significa producir semillas tratadas, asegurar el lucro de algunas empresas y la eventual prohibición del uso de otras semillas, criminalizando a quienes heredaron por cultura el trabajo de la tierra.
El trato de las semillas es algo ancestral, propio de cada pueblo, para algunas culturas ni siquiera merece un intercambio monetario, es parte del trueque con la tierra, es un tema donde un país moderno ni siquiera pensaría en desproteger, ya que es el legado alimentario de nuestras civilizaciones, lamentablemente nuestra Constitución no tiene un sello medioambiental y multicultural que las proteja.
La familia de María suele comer sano, pero para ella cada vez es más difícil tener sus propias semillas, para que decir que sean libres de cualquier trato bioquímico. Ella al igual que muchos, creen que algún día será delito intercambiar, portar o guardar semillas, quizás más peligroso que lo es vender lechugas en una de las calles de Temuco.
Una asamblea constituyente, con ciudadanos y sin empresarios, también significa legislar sin intereses de por medio, mixta significa seguir poniéndose de acuerdo con los dueños del agua, de la tierra y con los familiares de quienes se apropiaron de la propiedad de las semillas.