Los cómics y el cine han forjado lazos que difícilmente se romperán. En los últimos años, hemos visto una verdadera explosión superheroica en la pantalla grande, un fenómeno comercial alimentado por una fuente inagotable de épica cuasi mitológica que se ha transformado en una verdadera mina de oro para productores e inversionistas de Hollywood.
El fenómeno de los súper héroes en el cine responde, en gran medida a que, desde sus orígenes, la novela gráfica se ha posicionado como un formato susceptible de ser re-versionado. Infinitas son las re-lecturas e interpretaciones donde superhéroes y villanos se debaten entre las fórmulas clásicas que definen al género y los paradigmas narrativos propios de los medios audiovisuales.
¡Santas adaptaciones, Batman!
¡Santos Recórcholis!, adaptaciones multimedia de cómics hay demasiadas, pero pocas lograron la repercusión de Batman (1966), una exitosa comedia tipo sitcom que revolucionó la forma en que el público norteamericano consumía superhéroes. Durante casi tres años, las vitrinas del Tío Sam se llenaron de batiteléfonos, batimonedas de colección y un sinfín de artículos adornados con los estrafalarios colores de la serie de ABC.
Lo cierto es que aquel Batman infantil y pintoresco perduró en el ideario colectivo hasta bien avanzada la década de los 80’, momento en que The Dark Knight Returns (Frank Miller, 1986) y The Killing Joke (Alan Moore, 1988) reinterpretaron al vigilante de Ciudad Gótica, revolucionando la forma de escribir cómics de superhéroes y dando origen al mito del Caballero Oscuro. Así nace el vengador nocturno por excelencia, un personaje que hacía gala de sus traumas de infancia mientras asumía la imposible tarea de perseguir a la más extravagante galería de villanos que ha visto la ficción moderna.

Ya a fines de la década de los 80’, un joven Tim Burton se atrevió a dirigir su propia versión del hombre murciélago. En esos años, el director de Beetlejuice asomaba como uno de los más promisorios talentos de Hollywood y fue aquella fama la que convenció a Warner Bros de arriesgarse con una película del superhéroe del momento, esta vez adoptando la estética oscura y deprimente que tan buenos resultados daba en los cómics.
La polémica no se hizo esperar, principalmente producto de la elección de Michael Keaton (Beetlejuice) como Bruce Wayne, quien, a juicio de los fans y de los productores, no calzaba con la imagen tosca que venía cultivando Batman durante los últimos años, sin embargo, el juicio de Burton se impuso, y logró sorprender con una excelente película. Un filme donde la estética lúgubre, característica de las obras de Tim Burton, hizo juego perfecto con un impecable Jack Nicholson (The Joker), una memorable banda sonora, y más importante aún, con una versión sombría y fresca de Batman.

Ya a fines de la década de los 90’ Joel Schumacher intentó hacer lo propio con el Cruzado Enmascarado, para lo cual contó con un presupuesto nunca visto en producciones del género, sin embargo, no logró el mismo éxito que su antecesor, ganándose el desprecio absoluto de la crítica con Batman & Robin (1997). Una fallida película que hizo más ruido por ponerle un traje con pezones a Batman que por su mérito artístico.
No fue hasta el 2005, año en que vimos Batman Begins, dirigida por Christopher Nolan, y pudimos reencontrarnos con un Batman que seguía la senda trazada por Tim Burton, sin embargo, a esas alturas, 20th Century Fox ya había hecho lo suyo con X-Men (2000) y X-Men 2 (2003) y, por otro lado, Spider-Man lograba destronar a Batman como el Superhéroe más popular, con las taquilleras Spider-Man (2002) y Spider-Man 2 (2004), ambas dirigidas por Sam Raimi, y producidas por Sony.

Un gran poder conlleva una gran irresponsabilidad
El debut de Spider-Man en el cine mainstream vino acompañado de un éxito sin precedentes para un filme del género. Así, la película logró recaudar más de 800 millones de dólares y marcó pauta para lo que sería la saga de películas más taquillera de la historia.

En el año 2005, luego de extensas disputas legales, Marvel Studios recuperó los derechos cinematográficos de Iron Man, lo cual motivó al incipiente estudio cinematográfico a rodar la primera película de una saga de filmes de acción que tendrían como objetivo dar a conocer a aquellos personajes de Marvel que, hasta entonces, no habían gozado de la misma difusión que los archiconocidos X-Men, Spider-Man y Fantastic Four.
Para el cumplimiento de su cometido, Marvel Studios confió el rodaje de Ironman (2008) a Jon Favreau, quien optó por una completa revisión del origen del hombre de metal. Atrás quedaron los antiguos escenarios tropicales de Vietnam, para situar a Tony Stark –interpretado magistralmente por Robert Downey Jr.- en un Afganistán azotado por la guerra y en una California colorida y brillante, ambas locaciones muy alejadas del tono gris y metropolitano al que nos tenían acostumbrados las películas de superhéroes.

Lo que Favreau hizo con Iron Man es algo que no podemos pasar por alto. Esta nueva forma de contar el mito superheroico caló hondo en la cultura Geek, reivindicando al cómic como un pasatiempo cool, y posicionando a la Casa de las Ideas –apodo con que la industria de los cómics cariñosamente se refiere a Marvel Comics- como la creadora de historias por excelencia. Marvel Studios abrió las puertas a expresiones cinematográficas que, en mayor o menor medida, se han aventurado a reversionar al superhéroe, prescindiendo de las convenciones dictadas por una industria que rara vez deja que lo artístico prime por sobre lo comercial.
Ya con todos los ojos puestos sobre los superhéroes, las críticas al género se han multiplicado, y no sin razón, pues, como hemos visto, la gallina de los huevos de oro de Hollywood no siempre ha recibido un buen trato por parte de los creadores. Tal es el caso de The Justice League (2017), la película que evidenció los más rancios vicios de la industria. Productores enemistados, un cambio de director a la mitad del rodaje, excesivas presiones por parte de los inversionistas y una nula coherencia estética dan cuenta de una producción complaciente, cuya única intención es forzar una experiencia similar a la lograda con Avengers (2012), todo esto, en un momento en que la industria buscaba desesperadamente la renovación de un género que, luego de casi una década de éxitos comerciales, comenzaba a sentirse agotado y sobrevendido.

Aún quedan chimichangas para rato
Muy distinta fue la suerte de Deadpool (2016) y Logan (2017), ambas producciones de Fox ambientadas en el universo X-Men, las cuales buscaban diferenciarse de la competencia a través del desarrollo de temáticas que les valieron la calificación R –para mayores de 17 años-, lo cual sin duda fue un movimiento tremendamente audaz tratándose de adaptaciones de obras cuyos principales consumidores, hasta hace no mucho, eran adolescentes.
La primera de estas películas, una comedia visceral, repleta de referencias sexuales y del humor más negro que ha visto el cine de superhéroes, se transformó inmediatamente en un éxito de taquillas, pues interpretaba con gran maestría el tono mordaz con el que estaban tan familiarizados los lectores de Deadpool.

Al año siguiente, Logan, una película pausada y contemplativa, lograba conmover a fanáticos y detractores del cine de superhéroes, coqueteando muy de cerca con la estética post apocalíptica de Old Man Logan (2008), un alabado comic, escrito por Mark Millar, ambientado en un mundo desolado, donde los mutantes habían perdido todas sus batallas. Es que Fox supo dar en el clavo con dos películas que adaptan con gran maestría la idiosincrasia comiquera que tan bien se lleva con la tinta, a un formato cuyas limitaciones técnicas obliga a guionistas y directores a comprimir aquellos complejos mundos de ficción que en las páginas del comic pueden fluir con total libertad.
No caben dudas de que el gran desafío que enfrentan las adaptaciones de cómics es el transitar entre diferentes lenguajes. A modo de ejemplo, les presento el caso de Joss Whedon -infame director de La Liga de la Justicia de 2017- quien nos regaló también una de las experiencias mutantes más conmovedoras de las últimas décadas, el sacrificio de Kitty Pride. Este momento quedó grabado para siempre en las páginas de Astonishing X-Men: Unstoppable, el broche de oro de una brillante etapa mutante que se extendió entre los años 2004 y 2008, porque sí, no resulta raro que un guionista de cómics se tome 5 años para contar una misma historia.
Paralelamente al Run de Whedon en Astonishing X-Men, Marvel editaba Civil War (2006), un crossover relatado a través de un centenar de cómics, los cuales serían llevado al cine a través de Captain America: Civil War (2016), una película que, si bien cumplió parcialmente con el hype de los fans, se vio impedida de captar la complejidad de los conflictos éticos y políticos que tan correctamente fueron desarrollados en la obra original. Una vez más, por la inevitable necesidad de cumplir con las inmensas expectativas comerciales que generaba el fenómeno cinematográfico de Marvel Studios, los hermanos Russo -directores de la película- debieron contener el enrevesado enfrentamiento de Iron Man y Capitán América en una película de 147 minutos.

Hoy día, en la era post Joker (eso espero), y en pleno auge del streaming, la deconstrucción del relato de súper héroes ha tomado más fuerzas que nunca. The Umbrella Academy (2019), Doom Patrol (2019), The Boys (2019), Watchmen (2019), Wandavision (2021) e Invencible (2021), asoman como una bofetada al relato tradicional y se posicionan como una atractiva respuesta a las mallas ajustadas y a las capas al viento, descansando nuevamente en un lenguaje más pausado, el televisivo, que si bien no cuenta con los aparentemente infinitos recursos de las mega producciones Hollywoodenses, otorga una libertad creativa que pocas veces se ha visto en las adaptaciones de las grandes franquicias del cómic norteamericano.