«… Las parejas de hombres en patines pasan de la mano sopladas por tu lado como si no te vieran. Y cómo te van a ver si uno es tan re fea y arrastra por el mundo su desnutrición de loca tercermundista. Cómo te van a dar pelota si uno lleva esta cara chilena asombrada frente a este Olimpo de homosexuales potentes y bien comidos que te miran con asco, como diciéndote: Te hacemos el favor de traerte, indiecita, a la catedral del orgullo gay»
“Loco Afán” (2008)
Por Gonzalo Ibarra y Juan Urzúa
SANTIAGO.- Corría el año ’69 y decenas de miembros de la disidencia sexual se reunían en el popular barrio Greenwich Village de Nueva York. Ocultos y en la clandestinidad compartían en el bar Stonewall Inn, uno de los pocos locales en Estados Unidos donde podían hacerlo de forma libre y sin la represión imperante de la época. La comunidad LGBTQIA+ era perseguida y criminalizada; los policías obligaban a las personas a identificarse e indagaban cuál era su sexo. Si un hombre era sorprendido vestido de mujer, era arrestado. Pero la madrugada del 28 de junio algo pasó y cambió la historia.
Un bar sombrío
El Stonewall funcionaba como club privado y la historia dice que pertenecía a la mafia. Si bien era sombrío y las condiciones no eran las mejores, lo que importaba ahí era la libertad. Su ingreso era exclusivo para los socios. Esto tenía una finalidad: filtrar a los heterosexuales, aunque realmente era evitar el ingreso de los policías, cuyo maltrato era brutal en la bohemia neoyorquina.
Las redadas eran habituales, rutinarias; sin embargo, los locatarios eran avisados con anticipación, pues pagaban una módica suma para saberlo. En algunos libros, como el de David Carter, se dice que el dueño del bar pagaba 1200 dólares por protección. Y así, aparentaban cumplir con la ley. Se llevaban los pocos dólares que había en caja, incautaban alcohol y arrestaban a travestis. Estos procedimientos siempre los efectuaban temprano, para que se pudiese recuperar lo perdido en el resto de la noche.
En medio del operativo, los agentes llevaban a quienes lucían ropa de mujer al baño y comprobaban el sexo de la persona. Si tenía pene y vestía prendas femeninas, se iba directo a un calabozo. Varias fuentes destacan que el procedimiento era bien particular. Había un criterio: para evitar la aprehensión se debía vestir al menos tres prendas de varón. Las lesbianas, en tanto, eran pasadas por alto.
Aquí lo grave seguramente no era ser detenido ni pagar una multa, sino el castigo social que recibían estas personas, muchas de las cuales llegaban a perder el trabajo, incluso a su familia. Una detención les destruía la vida.
Se encendió una chispa
Llegó otra jornada en el Stonewall. Era madrugada y nadie se imaginaba lo que iba a pasar poco antes de las 1:30 de ese 28 de junio de 1969. La policía hizo una redada y comenzaron a llevarse a varios asistentes solo por estar en ese rincón de la ciudad.
– ¡Basta!
Alguien se reveló y lanzó la primera piedra, seguido de la primera lata de cerveza, la primera botella. Los mismos parroquianos del lugar acordonaron a la policía, produciéndose el incendio del bar y una serie de revueltas que duraron cinco días. La politización de la lucha por los reconocimientos de las personas no heterosexuales había comenzado. Inició la revolución en los movimientos LGBTQIA+.
Hoy los colores de la bandera obedecen a este hecho histórico, cuando por primera vez los miembros de la comunidad se defendieron de un ataque homófobo.
… y llegaron los 90’s, los 2000’s y el capitalismo rosa
La lucha por el reconocimiento de las disidencias sexuales en Chile tiene como uno de los puntos de partida la acción performativa de Pedro Lemebel y Francisco Casas. Se hacían llamar “las yeguas del apocalipsis”. Su primera intervención fue en el año 1987 en la Feria del Libro de Santiago, donde aparecieron como damas de CEMA Chile. Pero quizás en la retina de la época, la performance que quedó plasmada fue cabalgar desnudo, al estilo de Lady Godiva, sobre un caballo blanco por el campus Juan Gómez Millas de la Universidad de Chile.
En los 90’s, a propósito del proceso de transición a la democracia, comenzaron a tomar fuerza una serie de organizaciones de activismo pro disidencias sexuales. Así, organizaciones como el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh), ACCIÓNGAY, entre otros, emergieron en el espectro público y político con una fuerte militancia en contra de las desigualdades que sufría la comunidad en aquella década.
Entrado el nuevo milenio surge una nueva agrupación: IGUALES. Fuertemente criticada porque sus dirigentes e integrantes pertenecen a un segmento de la sociedad elitista y cuyo foco de atención es el hombre homosexual de clase media alta, profesional y no la “loca de la población” que vive en la periferia.
El surgimiento de esta organización no es casualidad. Es un reflejo de la transformación política e histórica que sufrió el país con la dictadura de Pinochet y la instauración del modelo neoliberal, que permea las áreas del estilo de vida de un sujeto, desde su privacidad, con el discurso del individuo hecho así mismo, hasta la debilitación de la lucha política en pos del beneficio del mercado.
Esto tiene una consecuencia fundamental para comprender los tiempos actuales, pues surge una nueva forma de capitalismo orientada a un sujeto producido por el mismo sistema. Y aquí llegamos al CAPITALISMO ROSA, que dice relación con bienes de consumo producidos exclusivamente para la comunidad homosexual.
La lógica del capitalismo rosa tiene un planteamiento subyacente. Presupone una nueva producción de sujeto ideal, la asimilación de las personas no heterosexuales a lo heteronormado; replica esto último bajo la lógica de los consensos (Ley de Acuerdo de Unión Civil, por ejemplo), pero el efecto más complejo es la idea de felicidad y apoliticismo que se encuentra en el imaginario colectivo de ciertas personas pertenecientes a la comunidad LGBTQIA+, suprimiendo la idea de lucha política para intercambiarla por un bien de consumo, un carnaval lleno de luces que “celebra” la diversidad.
In the era of gay normalization, gays and lesbians not only have to be like everybody else […], they have to look and feel good doing it. […] Emotiona lconformism, romantic fulfillment, and gay cheerfulness constitute the dominant image of gay life in the contemporary moment. (Love, 2008: 54-55)
NT: En la era de la normalización gay, gais y lesbianas no solamente tienen que ser como todo el resto (…) tienen que verse y sentirse bien haciéndolo (…) El conformismo emocional, la promesa cumplida del romanticismo de la alegría gay constituye la imagen dominante de la vida gay en el momento contemporáneo.
Leída esta cita, ¿qué ocurre con lesbianas, trans, +positivos, pobladores, marginales y un largo etcétera? ¿Tienen las mismas opciones de consumir bienes y servicios que el mercado ha creado para el público gay? ¿Es motivo de celebración y de la estética carnavalesca cuando los crímenes de odio hacia la comunidad siguen ocurriendo? ¿Los medios de comunicación cubren estos hechos o solamente se quedan con la imagen del homosexual higiénico?
Una interrogante para pensar es ¿Qué posición tomamos frente a este capitalismo rosa? ¿Los miembos de la comunidad seguirán siento los maricas o se tomarán un vodka con la botella del arcoíris?
Bibliografía
Lemebel, P. (2008). Loco Afán. Crónicas de Sidario. Santiago: Seix Barral.
López, P. (2015). Tres debates sobre la homonormativización de las identidades gay y lesbiana. Asparkía, 26, 137 – 153.
Love, H. (2008): Compulsory Happiness and Queer Existence. New formations: a Journal of culture/theory/politics, 63, 52 – 64.