El filme más revelador de Stanley Kubrick

Su breve, pero contundente filmografía, está compuesta por algunas películas que seguro contribuyeron a que el séptimo arte reciba este nombre, ya que son auténticas obras maestras.


En “Stanley Kubrick: A life in pictures” (2001), imperdible documental disponible en YouTube, el reconocido director Martin Scorsese señala que cada filme del cineasta norteamericano equivale a otros 10 y que abarcó todos los géneros a la perfección en sus 13 obras, sin dejar nada en el tintero.

Haciendo una breve revisión de la obra del legendario realizador, tras su ópera prima de corte bélico “Miedo y deseo (1953), Kubrick realizó dos películas de cine negro que no decepcionan: “El beso del asesino” (1952) y “Atraco perfecto” (1956).

Kubrick dando instrucciones a Sterling Hayden en “Atraco perfecto”.

Luego el actor, productor y director Kirk Douglas lo contrató para filmar dos cintas, la antimilitarista “Senderos de gloria” (1957), con esos recordados travelling por las trincheras en la Primera Guerra Mundial; y la histórica “Espartaco” (1960), una de las pocas del péplum en que no se hace alusión a la Cristiandad.

Stanley Kubrick en el plató de “Senderos de gloria”.

Kubrickiano

En un paso arriesgado en 1962 llevó a la pantalla la polémica obra literaria “Lolita” de Vladimir Nabokov, siendo su primera cinta con un estilo propiamente Kubrickiano en que abordó de manera tragicómica la turbulenta relación de un hombre mayor con su hijastra.


En plena Guerra Fría y tras la crisis de los misiles en Cuba realizó el satírico y divertido filme “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú” (1964), recordado por el genial Peter Seller quien interpretó tres papeles en la misma cinta.

Posteriormente realizó su trilogía de culto “2001: Una odisea del espacio” (1968), “La naranja mecánica” (1971) y “Barry Lyndon” (1975), una de las películas más perfectas que he visto en mi vida con aquella insuperable y bella fotografía.

Una de las obras maestras de Kubrick “La naranja mecánica”.

En 1980 Stanley abrazó por única vez el género de terror con “El resplandor”, con Jack Nicholson a la cabeza; y cerraría la década con la antimilitar y antibélica, en el contexto de la Guerra de Vietnam, “La chaqueta metálica” (1987) o “Nacido para matar”.

Póstuma

Sin embargo, el obsesivo y perfeccionista director aún tenía algo que decir en su cinta más reveladora “Eyes wide shut” (1999).

Aunque ésta trata sobre celos, obsesiones sexuales e infidelidad, el epicentro del relato es el poder de aquellos que manejan los hilos del mundo y mantienen cubiertos sus rostros con esas horribles máscaras.

Los ricos y poderosos que no permiten la entrada a su exclusivo mundo: jefes de Estado, políticos, jueces, propietarios de estudios cinematográficos y medios de comunicación. Se suman a esta élite empresarios, obispos y líderes religiosos.

Desde las sombras algunos de ellos deciden sobre la economía y prenden la mecha de guerras creando pandemias y hambrunas que hunden a las naciones subdesarrolladas para concretar sus nefastos propósitos.

Los mismos que cubren sus rostros, participan de extraños rituales y orgías de drogas y sexo con las mujeres más hermosas del mundo; ellos son los verdaderos amos del sistema y nosotros sus títeres.

No pertenece

William Harford (Tom Cruise) es un médico exitoso y respetable de Nueva York; sin embargo, no pertenece a esta cerrada, poderosa y oscura confraternidad con sus excéntricas reuniones.

La muerte de una prostituta no tiene mayor relevancia para estos grupos de poder, ellos no permitirán que hechos menores derrumben lo construido a costa de miles de muertes y conspiraciones.

Ellos utilizarán toda su influencia para que el estiércol no salga a flote y salga a la luz pública los rostros de estos grupos que tienen como objetivo establecer el Nuevo orden mundial.

Sí, el sistema del que se ha hablado por décadas por los medios masivos, el cine y la literatura, a través de simbologías paganas que son parte de nuestra vida cotidiana y que están presentes en casi todas las escenas de esta cinta.

Es el testamento de uno de los directores más rigurosos de la historia del cine, que exhibe esta subterránea contingencia y hace una invitación a observar mejor lo que está a nuestro alrededor y abrir nuestros ojos ante la mentira de una sociedad en decadencia.

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