El segundo filme de David Lynch me hace reflexionar sobre nuestra naturaleza e intenciones como seres humanos en este vertiginoso mundo.
Surgen las interrogantes, qué nos convierte en buenas personas y en qué radica la belleza ¿En lo externo o lo que tenemos en nuestro interior?
Vivimos en un mundo individualista y materialista en que nos arrastramos por las apariencias, la vanidad y superficialidad, “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, dijo el salmista.
Por inercia o conscientemente usamos estos parámetros para calificar a las personas, cosas y nuestro entorno. En la mayoría de las ocasiones nos equivocamos y caemos en las redes de los prejuicios.
Parábola
En ese contexto “El hombre elefante” (1980) es una parábola sobre no juzgar a las personas por su aspecto, condición social, raza o religión, y que el juzgar nos hace prisioneros de nuestros propios miedos y secretos más ocultos.
No es más fácil practicar la tolerancia y aceptar a las personas con sus defectos y virtudes. Seguro el camino más fácil es elegir la apariencia y superficialidad que nos rodea.
Sentimientos
El director de “Terciopelo azul” (1986) subraya que los sentimientos pesan mucho más que la aparente belleza exterior.
Avanzada la historia y me olvido de las terribles malformaciones de John Merrick, John Hurt, personaje real que vivió a finales del Siglo XIX en Inglaterra y fue objeto de estudio ante su sorprendente condición física.
Junto al Dr. Frederick Treves, Anthony Hopkins y la señorita Kendall, Anne Bancroft, veo que Merrick es una persona educada, amable y tierna.
Aprecio sus virtudes y valoro al hombre tras su aparente monstruosidad, aquí repudio el accionar de las personas que lo maltratan y explotan, entonces me pregunto quiénes son los verdaderos monstruos.
El hombre
Lynch exhibe la bajeza de los hombres de ayer, hoy y mañana, con sus vicios, fobias y crueldades. En ese proceso sus héroes alcanzan la paz y libertad a costa de la humillación pública con oníricas y surrealistas imágenes al fiel estilo de Luis Buñuel.
Para muestra un botón, la escena de la feria de atracciones cuando Hopkins descubre a Merrick. El doctor observa las terribles condiciones en que vive y cómo era esclavizado por su “propietario” quien lucra exhibiéndolo al público.
Otra imagen de pesadilla, los furiosos elefantes que derriban a la madre de Merrick, punto de partida del calvario que tendrá que sufrir gran parte de su vida.
Y la más emblemática de todas, en la estación de trenes, cuando John agobiado por la muchedumbre exclama: «¡Yo no soy un elefante!, ¡No soy un animal!; ¡Soy un ser humano! ¡Soy una persona!».
Por Andrés Forcelledo Parada.-