Se rodeó con artistas desde pequeña. Sus padres, José Miguel Vicuña y Eliana Navarro, eran poetas. En su casa había muchos libros, se escuchaba y recitaba poesía. Un señor podía pararse y era Nicanor Parra, recordó Leonora. “Nosotros éramos 7 hermanos, chicos, y veíamos cómo funcionaban los poetas, se hacían cosas increíbles”, dijo.
Al ser consultada por cómo las letras influyeron en el relato visual que propone, respondió que todo es parte de una manera de ser y pensar. “Yo creo que nada de lo que uno haga en la vida está separado. Si no se tuviera un espíritu creativo, comunicante o de búsqueda, bueno, nada te afectaría mucho; te daría un poco lo mismo la vida. Pero cuando uno está inmerso y pensando en un universo, todo: lo literario, lo visual, incluso lo auditivo, es parte de una forma de ser y pensar”, señaló.
Cuando conversó con este medio de comunicación se encontraba empacando en su departamento del centro. Hace ya un buen tiempo iba y venía entre Carahue, en la región de La Araucanía, y Santiago. Eso, hasta ahora, porque optó por vivir, definitivamente, en el territorio ubicado en el Wallmapu.
– ¿Cómo ha cambiado la fotografía chilena en el último tiempo?
– Mucho. Más allá de lo social y político, ha evolucionado porque la fotografía en sí evolucionó. Cuando yo empecé a hacer fotografía en los años ‘80, a esta fecha, hay un cambio absoluto del lenguaje fotográfico, porque entró lo digital y eso cambió la mirada, el tiempo, todo. Eso hace que la foto sea distinta, aunque también lo ha hecho un aparato democrático, porque hasta con un teléfono puedes hacer fotos, está al alcance de cualquier persona, está en todos lados la imagen; antes era más clasista, o exclusiva, por así decirlo.
Respecto de cómo fue desarrollar la técnica fotográfica en la dictadura, a propósito de su paso por la AFI, la artista recordó que esta asociación gremial permitió que el trabajo, que hacían los 25 gráficos que la componían, fuese visto y reconocido.
“La AFI reunió a cultores de la fotografía, pero en todas sus ramas, porque también hicimos anuarios, no solo de la contingencia, sino que de un amor de la foto clásica: el retrato, la vida cotidiana, la luz, las sombras, en fin; el tema de la represión sí estaba, pero no era una cosa que vivías 24 horas sobre 24, porque habría sido imposible. Nunca tuvimos la posibilidad de fotografiar un torturado, a alguien que se lo llevaran secuestrado, o ir si quiera a fotografiar esa realidad oculta. Porque era oculta”, comentó.
– ¿Alguna vez fue censurada? ¿Cómo siente que ha evolucionado ese tema hasta ahora?
La censura es algo que está constantemente en la creación. Así sea muy libre un país, está rondando. Hasta en Facebook, si pones ciertos temas te censuran por A, B o C motivos. En dictadura les pasó a aquellos que mostraban temas que podían ser puntudos o profundamente contrarios al régimen. Yo no viví en carne propia eso, pero sí me ha tocado pasarlo hasta por mis propios pares porque me gusta decir las cosas como son; una vez mostré fotos en una exposición en el año ‘83 y había que hacer un texto, ahí borraron cosas políticas que puse, eso fue una autocensura por el pánico de lo que podía pasar.
– ¿Cómo siente que se expresa la paridad de género o las minorías sexuales a través de la fotografía?
– Lo que tiene que ver con el género es una explosión, una especie de apertura a diferentes manifestaciones del ser, de cosas que son innegables. O sea, si un hombre está en cuerpo de mujer, es innegable que se mantenga como hombre, aunque todavía hay mucho prejuicio de aquello. Sí siento que hay cosas que cambiaron en la vida, cosas que eran escritas y que hoy son imposibles, incluso en el lenguaje. Por ejemplo, cuando Paz Errázuriz hizo su trabajo con travestis, mucha gente decía ‘maricones’, pero nadie hablaba del mundo LGTBQ+. Yo creo que hay una necesidad de abrir a nuevas relaciones el mundo.
– ¿Cree que la gente ahora está aceptando estos relatos?
– Sí. Yo creo que siempre acepta cosas. Hay un fenómeno de moda también, porque nunca se atreve la gente a ponerle el cascabel al gato, de decir esto sí, esto no. Cuando hay alguien que dice esto me gusta o no, puede quedar la embarrada. Yo siento que la gente se apega mucho a las ondas que pasan, pero como el mundo ha cambiado tanto, se avanza. Por ejemplo, hoy hay un movimiento en contra de la violación, que está bien, pero antes también pasaba esto, se sabía esto y no se hablaba; vivíamos con eso.
– ¿Cuáles son sus mayores logros en la foto?
– Me cuesta hablar de obra. Yo hago cosas. No hago más cosas que un albañil, o alguien que está inmerso en algo; lo está haciendo. He hecho fotografías que encuentro buenas, otras que las miro y digo mmm. Tengo poca autoestima por lo que hago, yo lo hago no más. Durante mucho tiempo la gente me decía “por qué haces fotos si nadie te compra”, les decía porque me gusta.
– ¿Y se puede vivir de la fotografía?
– Sinceramente, he vendido fotos, desde joven, pero no me daba para vivir. Jamás. Por suerte fui profesora, cuando viví en Francia trabajé en cine, algo salvaje. Yo sí vendía fotos, insistía, hacía exposiciones, ampliaba fotos, las pintaba, mandaba a trabajar a laboratorios. Nunca paré. Vivía para eso, pero no de eso. No sería sincero decir que sí. Ahora, tardíamente, fui como descubierta en el extranjero, eso me permitió tener algo más de holgura, algo totalmente inesperado, de hecho.
– Justo está en un cambio de hogar hacia Carahue. Es cierto que en comunas pequeñas faltan espacios de apreciación cultural a diferencia de lo que pasa en ciudades más grandes ¿Cómo se podría acercar la fotografía a otros rincones del país?
– Cuando hablamos de la imagen, a pesar de que todo el mundo saca fotos, de alguna o cierta manera, el hecho de que no hay una urgencia en la ciudad de Santiago (con la imagen), efectivamente para el resto de comunas es más aleatorio, no es urgente. Algo que se puede percibir en provincias es una cierta ‘paisanería’, algo más lento, despegado de lo que es la imagen en Santiago, que es Chile, aunque mucha gente dice que no, pero culturalmente Santiago es una dictadura de la imagen, de la palabra; del poder, de todo. En la ciudad si no estás al tanto de lo que pasa no estás, no existes. Yo me voy porque no quiero existir más acá (Santiago), me aburrió esta dictadura de lo central, de que Chille llega hasta Buin por el sur y Quilicura por el norte.