Casi diez años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, con el catastrófico bombardeo atómico sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, se estrena en cines japoneses la primera película de Godzilla. De inmediato se convirtió en un éxito inesperado, doblando en recaudación su presupuesto original.
La historia comienza de manera muy parecida a “20.000 leguas de viaje submarino”, con “algo” que hunde barcos sin que se tenga hasta el momento alguna teoría plausible al respecto. El misterio continúa hasta que un monstruo salido del mar ataca un poblado costero. Los isleños le dan el nombre de Gojira. Se arma una comisión científica para investigar, a cargo de un reconocido paleontólogo (Takashi Shimura, uno de los siete samuráis de Kurosawa, estrenada ese mismo año) quien concluye que se trata de una bestia prehistórica despertada por las bombas atómicas. Finalmente, nada puede impedir que Godzilla arrase Tokio, lo que lleva a la solución final: atacarle con un arma experimental, denominada “el exterminador de oxigeno”. Godzilla es vencido, vemos su esqueleto en uno de los planos finales.
Pero la historia de la criatura prehistórica no acaba ahí pues, consientes del tremendo éxito que significó en taquilla, aparece al año siguiente en su segunda película. En 1956, en Estados Unidos se realizaría una “adaptación” que consistió en introducir un actor yanqui entre los planos originales de la película japonesa, creando un híbrido de bastante peor factura que la versión de 1954.
No hay que ir muy lejos para comprender que Gojira-Godzilla se trata de una muy poco velada referencia a la destrucción atómica vivida por Japón, que los llevó a verse como una nación que había perdido no solo la guerra, sino también parte de su identidad. Este temor será persistente en el cine japonés, pudiendo encontrarse en algunos años más tarde en “Tanin no Kao” (El Rostro de otro, Hiroshi Teshigahara, 1966) donde un científico queda desfigurado y recurre a un cambio de rostro para poder cumplir sus fantasías más obscenas.
Volviendo a Godzilla, el terror a la bomba atómica se ve en el rayo atómico y destructor con el cual Godzilla arrasa Tokio y en la forma en como derrumba una torre con periodistas, cortando abruptamente la transmisión del desastre. La película nos muestra a una sociedad japonesa llevando sus vidas con relativa normalidad, con el temor a la radiación siempre presente, hasta que una chispa desata todos los atavicos temores de la Segunda Guerra Mundial.
Es importante hacer notar que, de las versiones posteriores, talvez sea la de Roland Emmerich (la más despreciada por cierto) la que rinde más homenaje a este Godzilla original, tanto en parte del argumento (el inicio con el hundimiento de un barco japones), la alusión a la radiación (en la versión de 1998 se debe a las pruebas atómicas francesas en el atolón de Muroroa) y algunos planos como aquél de las huellas de Godzilla impresas en la arena húmeda de la playa.
En resumen, Godzilla de 1954 es una película realmente digna para una década caracterizada por el florecimiento de la ciencia ficción en el cine. A pesar que los efectos especiales no pueden competir con el CGI actual, la película japonesa logra anular la incredulidad del espectador y hacernos creer que es un monstruo de verdad el que aplasta todo a su paso.