Estamos en Nueva Inglaterra. Se le llama así a un conjunto de seis Estados del noroeste de Estados Unidos -Connecticut, Maine, Massachusetts, Nueva Hampshire, Rhode Island y Vermont- que fueron el asentamiento de los primeros colonos ingleses en el país a partir de 1620, iniciando una avalancha migratoria conocida como la “gran migración”, que duraría al menos veinte años. Estos colonos eran en su mayoría fieles a la religión puritana y salían de Inglaterra para iniciar un nuevo país cimentado sobre sus creencias y dogmas. El entorno, sin embargo, no era tan amable como hubiesen querido. Los indígenas que habitaban la región no eran dóciles y las tierras no eran sencillas de cultivar. Los colonos abrazaron sus creencias puritanas aun con más fuerza, las asumieron como un verdadero salvavidas de cohesión social y trazaron sus modelos de conducta en base a esta religión, que pasó rápidamente a confundirse con el fanatismo.
En Nueva Inglaterra tradujeron las primeras biblias al inglés y decretaron que era ilegal no enseñar a sus hijos a leer la palabra de dios. Todo esto fue el caldo de cultivo para que Nueva Inglaterra se transformara en la cuna de la superstición -o del folklore, si queremos usar un eufemismo difundido- en el país hoy llamado Estados Unidos, atacando y castigando cualquier tipo de conducta que no fuera de acuerdo con sus estrictos preceptos religiosos. Las brujas fueron uno de los blancos predilectos.
Y vaya cómo caló en la historia e identidad de este sector del país la cultura del puritanismo, el fanatismo y la superstición. Sus manifestaciones van desde leyendas urbanas que hacen que hasta el día de hoy muchas casas tengan una ventana girada en 45° (una ventana “antibrujas”), hasta periodos horribles y sangrientos, como la caza de brujas de Salem -localidad de Massachusetts- entre 1692 y 1693. El mismo Stephen King ha ambientado casi la totalidad de sus obras en Maine, ciudad donde además ha vivido toda su vida. En las escuelas y las calles son bien conocidas las historias de fantasmas y, sobre todo, de brujas.
El director de cine Robert Edggers, guionista y director de la película The Witch (La Bruja), señaló en una entrevista: “Mi infancia transcurrió en Nueva Inglaterra y la historia de esta región siempre ha estado presente en mi conciencia, sobre todo durante mi niñez. En el colegio estábamos tan obsesionados con las historias sobre brujas que siempre formaron parte de los juegos que imaginaba de niño. Los primeros sueños que puedo recordar son pesadillas relacionadas con las brujas, así que supongo que este es un tema que siempre me ha interesado. Mi idea era crear la típica historia de terror sobre brujas ambientada en Nueva Inglaterra, algo que llevase a la gente al pasado, como si pudieras introducirte en la pesadilla de un puritano y hacer que la audiencia quede inmersa en ella”.
Estrenada en 2015 en el Festival de Sundance, The Witch -cuyo subtítulo es “A New England folktale”, algo así como “Un cuento folklórico de Nueva Inglaterra”- es una película que cuenta, a través de un guion simple pero efectivo, una historia ambientada en el año 1630, donde una familia de colonos ingleses puritanos -padre, madre y cuatro hijos- son expulsados de la plantación donde vivían en comunidad, y son relegados a vivir a un costado de un extenso y aislado bosque, lejos del asentamiento. En este nuevo e inhóspito hogar levantan una casa, tienen a un quinto hijo y siembran la tierra. Pero la cosecha no es buena. Los alimentos se pudren y tanto William, el padre de la familia, como Katherine, su esposa, comienzan a preguntarse si esa tierra no estará maldita, mientras el hambre se va transformando en una amenaza real. Agreguemos que, en la superstición local, ese bosque era un lugar donde habitaban las brujas, por lo que la familia hace un pacto de no entrar en aquel frondoso paraje. William, sin embargo, rompe el pacto: hurta una copa de plata de su esposa y la vende para comprar artículos de caza, esperando poder conseguir presas en el bosque, para así mantener al hambre fuera de la casa. Los problemas serios comienzan cuando Samuel, el bebé de pocos meses de vida, desaparece sin dejar rastro, mientras era cuidado por Thomasin, la hermana mayor, interpretada por una brillante Anya Taylor-Joy. William culpa a “un lobo del bosque” y obliga a sus hijos a no cuestionarlo, aunque, en el fondo, tanto él como los demás saben que no fue un lobo.
La madre, Katherine, comienza a perder la cordura, insistiendo en que la familia está maldita y llega a confesar que pasa por una crisis de fe. De manera no tan velada, comienza a culpar a su hija Thomasin del robo de su copa de plata y también de la desaparición del bebé. Incluso llega a intentar convencer a William de que su hija mayor ya está en edad de trabajar y que debe llevarla al pueblo a servir a alguna familia. Thomasin y sus hermanos escuchan esta conversación, por lo que Caleb, el segundo hijo de la familia, decide ir al bosque a cazar, para así evitar que Thomasin sea enviada a trabajar al pueblo. Ella insiste en acompañarlo. En el bosque se encuentran con una liebre negra que provoca que el perro y el caballo que acompañan a Caleb y Thomasin pierdan el control. El perro sale tras la liebre y Caleb lo sigue, mientras que Thomasin cae del descontrolado caballo. Caleb, ya perdido en medio del bosque, descubre una misteriosa cabaña de la que sale la bruja disfrazada como una joven y seductora mujer.
Caleb no aparece, sino hasta la noche siguiente, cuando vuelve a casa desnudo y notoriamente enfermo. Durante un día delira y convulsiona, gritando extrañas frases relacionadas a Cristo, hasta que en cierto momento vomita una manzana podrida, reafirmando las sospechas de la familia: Caleb ha sido embrujado. Momentos después el joven muere, y es entonces cuando los gemelos menores acusan a Thomasin de ser la bruja que ha hechizado a su hermano, mientras que la hermana mayor los acusa a ellos, revelando la capacidad que tienen para conversar con Black Phillip, el macho cabrío de la familia. Las acusaciones cruzadas, el shock por la muerte de Caleb, la crisis de fe y la presencia de una bruja en la casa son suficientes para dinamitar la poca cordura que aún quedaba en la familia, que cae en una espiral final hacia la desesperación y la destrucción.
Pocas películas de terror de época son tan rigurosas y verosímiles como The Witch, que, señala al final, previo a los créditos: “Esta película se basa en muchas leyendas, cuentos y relatos escritos de brujería histórica, incluyendo diarios y documentos de juzgados. Gran parte del diálogo viene de esas fuentes”. Y no solo eso, sino que los personajes utilizan un inglés arcaico, propio de la época, y la iluminación de toda la cinta es natural, con luz solar de día y luz de velas en las escenas nocturnas. Pero esta base de realismo se mezcla con las referencias a la oralidad y el folklore europeos, por ejemplo, a través de conexiones con cuentos tradicionales, como la presencia de la manzana que le da bruja a Caleb (cita a Blancanieves), el lobo y la bruja vestida con una capa roja (cita a Caperucita Roja) o la escena en que la madre intenta convencer al padre de deshacerse de su hija Thomasin, mientras los hijos escuchan en la habitación contigua (cita a Hansel y Gretel). Todo esto conjugado con una serie de referencias bíblicas que repercuten en una ambientación opresiva, claustrofóbica, extraña e incómoda, donde los personajes parecen al mismo tiempo vulnerables y sospechosos.
El guionista y director Robert Eggers logra a la perfección jugar con esta dualidad inocencia/culpa a través de los personajes de Thomasin y los gemelos, que se acusan mutuamente de tener lazos con la brujería. Pero también a través de la pregunta: ¿Lo que les ocurre puede ser un castigo, una especie de metáfora del pecado en la imaginación delirante del fanatismo religioso? Como dice la sabiduría popular, las historias de brujas y demonios nacían en las sociedades primitivas para mantener a sus habitantes ligados a las normas de la vida en comunidad. La colonia se veía a sí misma como un símbolo de protección, y los que vivían en ella se sentían a salvo. Si alguien la abandonaba, se exponía a la fatalidad, a los horrores del aislamiento, al pecado y al paganismo. A eso mismo alude Katherine, la madre de la familia, al gritarle a William: “¿No fue conducido Cristo al desierto para que el diablo lo tentara? Nunca debimos dejar esa plantación”. Y efectivamente, en esta casa alejada del refugio de la comunidad, cada personaje comienza a ser tentado por el pecado, como Caleb que de manera furtiva comienza a sentir deseo sexual por su hermana mayor, mientras el padre llega a robar la copa de su esposa y a permitir que ella culpe a su hija. Pero el pecado mayor parece tener que ver con romper el pacto de no entrar en el bosque y desafiar a la bruja.
Realidad y fantasía, fe y fanatismo, culpa y pecado, folklore y superstición; The Witch resulta ser una inquietante película de terror, que no necesita acudir al susto ni a la violencia gráfica para sostener una obra que, tanto por su estética como por el tratamiento de la historia, se acerca al cine de autor europeo. Una película que hoy ha sido redescubierta gracias al éxito de la actriz Anya Talylor-Joy (Gambito de dama) y al segundo largometraje de Robert Edggers, The Lighthouse (El Faro, 2019), que obtuvo numerosas nominaciones y premios en festivales de cine. Disponible en Netflix, The Witch es una película arriesgada y, definitivamente, una joya escondida en medio de tanto cliché y lugar común.