Los dramas carcelarios han brindado excelentes guiones para el cine, con historias donde conocemos el infierno, los abusos y el duro régimen que sufren millones de personas.
Son relatos de sobrevivencia y anhelos de libertad que no desaparecen, aunque los muros impenetrables parecen evaporar estas aspiraciones legítimas tras pagar con la sociedad.
Aunque en estos lugares existen sujetos depravados y sin esperanza, dentro de la jaula se tejen lazos de confraternidad, basados en la admiración que sobrepasa el tiempo y el espacio.
“Un condenado a muerte se ha escapado” (1956) de Robert Bresson; “Escape from Alcatraz” (1979), de Don Siegel; “En el nombre del padre” (1993), de Jim Sheridan; y “Cadena perpetua” (1994) de Frank Darabont, son ejemplos de aquello.
Expreso a la perdición
“Midnight express” (1978) está a otro nivel de crudeza, basado en un caso real del norteamericano Billy Hayes, y escrito en su autobiografía, que cuenta las atrocidades que sufrió en una miserable cárcel de Estambul, en Turquía, en los años setenta.
La obra de Alan Parker, quien falleció el 2020 producto de una larga enfermedad terminal, la recuerdo con un ritmo palpitante que no da tregua. Es cruda, violenta y realista, y con una chispa de esperanza.
La historia me atrapó desde el primer fotograma, una de las mejores escenas del filme en el aeropuerto, que me anunciaba que sería testigo de algo irrepetible e insuperable.
A perpetuidad
Este relato fue reescrito por Oliver Stone, quien la llevó a extremos inimaginables; nos convertimos en testigos del sufrimiento e impotencia de Hayes, protagonizado por Brad Davis, papel que lo marcaría en forma perpetua.
El filme me hace estar en los zapatos del protagonista, se siente el ambiente hostil que lo rodea, en un país con tradiciones, costumbres e idioma distinto, y le agregamos el permanente verdugo de Hayes.
El encarcelamiento de Billy, su tortura física y mental, la oscuridad del lugar en que se encuentra, la denigración y miseria humana es tan brutal que por instantes nos hace compartir su infierno; aquí la banda sonora de Giorgio Moroder alcanza un nivel insuperable.
Es el mérito del director de “The Wall” (1982), quien construyó un submundo demencial tras las rejas, una atmósfera oscura y deprimente que mata el alma, pero no el instinto de sobrevivencia de los prisioneros.
Imborrable las actuaciones John Hurt, en el papel de Max, y el jefe de la prisión, Hamidou (Paul L. Smith), el gendarme sádico y pervertido que abusa de los reclusos que aunque están al borde de la locura y la muerte no renuncian a sus sueños de libertad.