El escritor francés Gustave Flaubert nace en 1821 y muere en 1880 a los 59 años. Comenzó estudiando la carrera de Derecho, la que abandonó por motivos de salud tras padecer problemas en el sistema nervioso que desencadenaron su epilepsia. Fue un hombre que realizó muchos viajes a países como Italia, Egipto y Turquía, lo que contribuyó fuertemente a su desarrollo como novelista para crear su visión de mundo a partir la observación de la realidad desde un punto de vista objetivo. Es por esto que sus novelas no fueron escritas al azar, sino que se encuentran cargadas de una precisa y trabajada prosa poética.
Flaubert publicó Madame Bovary (1856), su primera obra. En esta se deja ver a una protagonista casada con un hombre que no se encuentra a la altura de sus aspiraciones y que la frustra a lo largo del relato, lo que provoca que finalmente que ella se convierta en víctima de sus propias ensoñaciones. El concepto de ensoñación en la obra de Flaubert tiene su origen en la dualidad de las emociones de Madame Bovary respecto a la realidad y el imaginario de su propio mundo conformado por la adquisición de objetos tanto materiales como simbólicos.
El espacio real en el que se desarrolla la historia tiene su lugar en una zona de provincia. Quizás es un aspecto que pudiese pasar desapercibido para cualquier personaje de la novela, pero no es así para Emma, ya que la sensibilidad propia de una ávida lectora, la expone a observar en primera fila cuestiones referentes a la sociedad burguesa, lo que para ella no es indiferente, ya que el simple acto cotidiano de ponerse en una ventana a mirar la gente pasar (elemento crucial dentro de la configuración espacial), impulsa al sujeto a observar en detalle cada objeto como persona y a esta última cosificada, como si se tratase de una fotografía panorámica en la que va haciendo acercamientos sobre cuestiones que la inquietan. Desde ese sitial de agente observador, Emma va configurando sus aspiraciones hasta sus más íntimos deseos.
Una ventana hacia otros mundos
La ventana en tanto objeto no solo se presenta en el mundo de Emma, sino que también se utiliza a lo largo de la obra en cuanto a la configuración espacial:
“En las hermosas tardes de verano, a la hora en que, por el calor, las calles están vacías, cuando los criados juegan al volante en el umbral de las puertas, se asomaba a su ventana y se acodaba en ella”.
Las limitaciones en la vida de Emma la hacen desear ser hombre para disfrutar de los beneficios del género masculino. Sin embargo, para efectos de la época evidenciada por un machismo recurrente, Emma posee las características de un hombre decidido, lo que la convierte en un ser ambiguo respecto a su sexo. Además, por el hecho de ser mujer, Emma se sabe en una posición de inferioridad donde se le cierran puertas y ventanas, es decir, todas las posibilidades de entrar en un mundo lleno de acciones en aquella nueva realidad parcial que de a poco va construyendo.
Madame Bovary comienza a generar cierta dependencia con sus amantes, pero a la vez intenta resguardar su intimidad desde la adrenalina que le produce ser libre en la realidad ficticia:
“Al regresar de casa de Rodolfo lanzaba inquietas miradas a su alrededor, espiaba los bultos que surgían en el horizonte y las ventanas desde donde podían verla”.
Emma, asustada e indefensa, busca protegerse y salvaguardar las apariencias. Se aleja de la ventana que aparece una vez más como un agente espía, objeto cuyo cristal empañado pudiese difuminar ambas realidades. En ese instante es otro quien puede juzgarla sobre sus acciones y ella no quiere ser descubierta. Por el contrario, en la escena del teatro, experimenta un acercamiento con la puerta como objeto de apertura hacia otras realidades, ya que es ella quien ejerce el control de la situación y disfruta abriendo un par de puertas amplias y tapizadas como si fuese una duquesa.
Un desenlace funesto
El amor de Emma por sus amantes es equivalente a la cantidad de lujos y posesiones que va adquiriendo con ellos. Al hombre lo cosifica y a las cosas les da un carácter humano por el sentimiento que tiene hacia lo material. Finalmente, el destino de Emma es funesto y revela el fracaso del que se vuelve víctima a causa de su propia ambición. De tanto gastar y no pagar, de pedir prestado y endeudarse con Lheureux, el alguacil Hareng se hace presente para dar la orden de embargo. Cuando Carlos le pregunta quién anda por ahí, ella responde:
“Una ventana que ha quedado abierta y que el viento agita”.
La ventana abierta permite que entre el viento y con él, como símbolo, el caos. Aquí se empieza a desordenar la vida de Emma como con el paso de una tempestad, la situación se le escapa de las manos y piensa recurrir a sus amantes y objetos de deseo para saldar la deuda de tres mil francos. Sin embargo, decide envenenarse para acabar con todo mediante el sueño eterno. Nadie la puede salvar, ni siquiera su marido que como médico no supo reaccionar a una situación límite.
Las decisiones de Emma no solo la llevaron a ella a la ruina, sino que las consecuencias de sus actos repercutieron en todos los personajes. Berta, su hija, fue desplazada por ella, no con la intención de hacerlo, pero sí ocuparse de ella hubiese representado una piedra en el camino para los deseos de Emma que traspasaron el imaginario. Carlos quedó afectado con la partida de su esposa y las deudas que le dejó, por lo que su destino es el mismo: la muerte. Y la historia no acaba allí, porque el final se presenta como una puerta o una ventana que abre nuevos mundos, puesto que Berta se queda sola, pero con la posibilidad real o ficticia de que se repita la historia de su madre y se convierta en una proyección de Madame Bovary.