En El extranjero (Albert Camus, 1942) el narrador y protagonista Meursault dice, tras varias semanas encerrado en prisión: “Podía pasar horas nada más que enumerando lo que se encontraba en mi cuarto. Recordaba cada mueble, y de cada uno, cada objeto que en él se encontraba, y de cada objeto todos los detalles. Comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podía vivir fácilmente cien años en la cárcel. Tendría bastantes recuerdos para no aburrirse”.
El fragmento anterior sugiere que, para una persona que no conoce más que una celda, esa celda es su mundo completo. Es probable también que, incluso teniendo la posibilidad de algún día escapar de esa celda, no quiera hacerlo. Quizás el mundo de allá afuera, mucho más grande -pero también más peligroso- que las paredes de la celda, lo reciba como a un marginado, a un extranjero de su propia tierra. Recordemos, por ejemplo, al viejo Brooks en The Shawshank Redemption, o al pueblo completo de la pequeña aldea de La Inviolata, en Lazzaro Felice (o Lazzaro feliz), película de 2018 escrita y dirigida por la italiana Alice Rohrwacher.
Una premiada joya
Lazzaro Felice es una de las joyas del cine europeo moderno. Una obra que supuso la consolidación internacional de la directora Alice Rohrwacher, obteniendo, entre otros reconocimientos, el premio a mejor guion en Cannes. La película cuenta la historia de Lazzaro, un joven que trabaja en La Inviolata -una aldea aislada de la civilización tras una gran inundación- y donde él y todo el pueblo han sido engañados por una familia de terratenientes -que se hacen llamar marqueses-, haciéndoles creer que la aparcería aún existe, que son propiedad del administrador y que, además, un lobo daña la producción, quedando ellos permanentemente en deuda con los superiores.
Pero, así como los marqueses explotan y abusan del pueblo, dentro del pueblo también existe una cadena de abusos y donde el último eslabón es el personaje de Lazzaro, cuya bondad e ingenuidad lo hacen presa fácil de la crueldad y explotación. Alfonsina de Luna, la marquesa de La Inviolata, dice al respecto: “Yo los exploto a ellos, y ellos explotan a ese pobre hombre. Es una cadena, no se puede hacer nada”.
Cuando la policía descubre que en Inviolata funciona este lugar de explotación, sin contratos laborales ni escuelas, los aldeanos no corren hacia la libertad, sino que la miran con recelo. No cruzan el río para salir porque les da miedo. Han vivido la ignorancia, creyendo que no podían aspirar a más que a su condición de trabajadores sin sueldo, donde el enemigo era un lobo que vivía en el bosque, y donde el mundo moderno no existía. La Inviolata era su prisión, pero también su mundo entero. “Los seres humanos son como las bestias; liberarlos significa hacerlos conscientes de su condición de esclavos, encerrados en su propia miseria. Ahora sufren, pero al menos no lo saben”, dice la marquesa de Luna a su hijo Tancredi, justificando el engaño que la enviará a la cárcel, a la vez verbalizando uno de los pilares argumentales la película.
Poco antes de la “liberación” del pueblo, Lazzaro tiene un accidente, cayendo desde su acantilado a gran altura, dando a entender que el personaje muere. Nadie sabe qué pasó con él y nadie tampoco parece demasiado preocupado -salvo, quizás, Antonia, una de las aldeanas que demuestra cierta empatía-, ni siquiera cuando son subidos a un bus para ser trasladados a la ciudad. Pero ¿realmente murió?
Un simbolismo potente
Este acontecimiento marca una separación entre las dos partes de la película: la primera, ambientada en la ruralidad, y la segunda, que se desarrolla en la ciudad urbanizada y moderna. El puente que une ambos segmentos es el personaje de Lazzaro, que, siendo ayudado por un lobo, despierta de pronto y camina hasta los lugares que fueron su mundo hasta entonces. Pero ya nada hay allí. El tiempo ha pasado y la mansión de los marqueses ya no es más que una casa abandonada y ruinosa, donde de los viejos tiempos no quedan más que paredes mohosas y uno que otro cachivache con cierto valor. ¿Cuánto tiempo ha pasado entonces desde el descubrimiento del engaño y el presente? Mucho. Al menos veinte años, a juzgar por los cambios físicos de los personajes -sobre todo Antonia y Tancredi- con quienes Lazzaro se reencontrará en la ciudad. Ellos no pueden creer que Lazzaro esté allí. Lo daban por muerto. Además, su apariencia física es exactamente la misma que tenía antes de “desaparecer”.
Es más, cuando lo encuentran se arrodillan ante él, pensando que es un santo, un milagro. Y no están tan equivocados, pues esta resurrección del protagonista es la que desvía la película hacia lo simbólico, donde muchos elementos entran en juego para entregarnos una historia cargada de denuncia social, aunque alejada de los clichés del estilo, a la vez que llena de lirismo y simbolismos que comienzan desde el mismo nombre del personaje, Lazzaro, en una referencia al Lázaro bíblico, que se levantó de entre los muertos.
En esta segunda parte de la cinta -literalmente cinta, ya que fue filmada en película de 16 mm- vemos a los ex aldeanos sobreviviendo en la ciudad, comiendo lo que pueden, incluso cometiendo ilícitos para sostenerse. La presencia de Lázaro es recibida como una bendición, pero también con cierta incomodidad, porque a través de los ojos puros del joven, este estilo de vida cuestionable parece ser doblemente incorrecto. Pero la crítica no apunta directamente al estilo de vida que están llevando los aldeanos, sino al sistema mismo y a lo que ha hecho con ellos.
Fueron liberados de su esclavitud en Inviolata, pero dejados en medio de la ciudad, presos de la escasez y de su nula formación intelectual (ni siquiera aprendieron a leer). Son personajes perdidos en una realidad violenta que los margina, que los obliga a vivir al otro lado de la línea del tren -tal como antes vivieron al otro lado del río-, comiendo chatarra; son extranjeros en su propia tierra, condenados a la invisibilidad por parte de la oficialidad y de todo un sistema que nos muestra el lado amable de la Europa moderna, pero que rara vez se hace cargo de sus desplazados. Y la situación se hace aún más desoladora cuando vemos que Tancredi, el hijo de la marquesa de Luna, también está arruinado, perdido en un mundo de vicios y fraudes. Lo ha perdido todo, es pobre y vacío, sosteniendo su existencia en la mentira y la apariencia. “La banca”, dice que es quien lo arruinado. Es entonces cuando llegamos al eslabón superior en la cadena de abusos simbólicos que nos muestra la película, el pez más gordo e invencible.
El mensaje detrás de la historia
Tras ver el desenlace de la película, podemos encontrar el sentido a la fábula que es narrada en medio del metraje, justo cuando los aldeanos van viajando en el bus que los dirige a la ciudad: la fábula del lobo viejo y el santo. El viejo lobo que está viejo e igual de hambriento que el pueblo, pero que, por su condición de lobo, es acusado de ser el culpable de las miserias de los demás. La misma autora señaló en una entrevista: “Para mí era importante que la gente normal matara a Lazzaro simplemente por la sospecha de que podían llegar a perder algo de lo que ya poco que les queda. El banco ya no tiene necesidad de hacer nada, la gente por iniciativa propia protege a quien los domina”. Un final desesperanzador, es cierto, pero que nos abre una puerta hacia el futuro con el lobo corriendo por la calle. Al fin y al cabo, estamos ante un Lázaro moderno, un símbolo de la resurrección y de la esperanza.