Esta publicación forma parte del suplemento digital Oficios Tradicionales: La lucha contra el olvido y la desaparición, que fue financiado por el Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y el Consejo Regional Metropolitano de Santiago.
Todo el que se haya topado con ellos alguna vez en medio de su caminata, seguramente tendrá grabado ese armonioso estruendo, los ritmos alegres y la elegancia de sus movimientos, una felicidad inmensa que se transmite por medio de los elementos de su música, en una puesta en escena que todo chileno debería haber visto alguna vez en su vida: la magia de los chinchineros.
Uno de los oficios más tradicionales de este país y que se ha vuelto un sello distintivo de nuestras calles, siendo heredado de generación en generación dentro de las familias que han mantenido vivo al chinchín a través de las décadas.
Los orígenes de los chinchineros
Estos músicos ambulantes están presentes en nuestra sociedad hace muchísimos años y han alegrado las calles con su chinchín, un instrumento de percusión que está compuesto por pequeñas cajas de madera unidas en forma piramidal que golpean con palillos.
Hay fuentes que apuntan a que sus orígenes estarían en el Siglo XIX, pero la concepción que tenemos en la actualidad de este artista podríamos atribuirla al hombre que es considerado el primer chinchinero: Héctor Lizana, más conocido como El Patitas de Oro, quien en 1930 creó el baile típico que conocemos hasta hoy, aunque otros apuntan a considerar el verdadero inicio en el legado de Lázaro Kaplán, que comenzó con esta tradición en 1920 para acompañar la música del organillo.
Se piensa que el término “chinchinero” viene del sonido tan especial que genera el chinchín cuando lo tocan, que se impregnó en el inconsciente de los chilenos, que comenzaron a acostumbrarse a verlos en las calles desde hace dos siglos.
El legado chinchinero
Su música ha seguido viva durante cientos de años, transmitiendo este arte de padres a hijos, heredándole a su descendencia no solamente un oficio que les permitiría ganarse la vida, sino también el legado de lo que significan los chinchineros para la cultura popular chilena.
Así, múltiples familias han ido cosechando renombre en esta arte, mientras van alegrando las calles de Chile con su música, que llevan con ellos no solamente como un trabajo, sino como una pasión que ha ido trascendiendo desde sus padres y abuelos, heredando sus legados, su música y su danza.
Una de las familias de oficio que siguen vigente, trabajando por todo Chile, es la de los Sepúlveda. De hecho, crearon el portal chinchineros.cl, en donde relatan su historia y divulgan el oficio.
“En la actualidad, (la familia Sepúlveda) sigue llevando alegría a la gente con sus tres generaciones, un organillero y tres chinchineros. Miguel Sepúlveda, fundador de una historia familiar en el oficio, por años ha luchado para que éste sea reconocido y tenga el lugar que se merece en la ciudad. Con interés pedagógico, ha propuesto más de una vez a las autoridades instancias de acercamiento de esta cultura a los colegios del país, como también ha buscado la asosiatividad en el gremio para proteger y promover su práctica. Hoy, sigue recorriendo el país y los pueblos con su organillo y chinchín”, señala el portal.
Los chinchineros carnavaleros
Con el pasar de los años este arte se ha ido democratizando cada vez más. En la actualidad, el chinchín no está reservado solamente a los descendientes de las familias que tradicionalmente han desarrollado este oficio, sino que ha trascendido por medio de múltiples escuelas que han compartido la enseñanza de este instrumento con todos aquellos que quieran aprenderlo, siendo conocidos como chinchineros carnavaleros.
Paola del Carmen Maichil es una de las mujeres que conoció el instrumento de esta manera, invitada por una amiga que bailaba en la Escuela Carnavalera Chinchintirapié. Su hija, Rayen, escuchó de esta invitación, se emocionó con la idea, y apoyada por su madre, ambas comenzaron a aprender en el año 2015, según recuerdan.
«Para nosotros el chinchín y la escuela fueron como un puente. Comenzamos a ver que la gente salía, iba, volvía, se iba, trabajaba de la música. Nosotros no sabíamos tocar en ese momento; solo estábamos en el cuerpo de baile. Rayén también, y Cristián, mi compañero, tampoco tocaba ningún instrumento. Decía, ‘pucha, qué ganas de irse a viajar y poder sustentar el viaje de alguna forma’. Vimos, y dijimos, ya, esta es la oportunidad, y yo le comento, ‘¿Y si me compro un chinchín y aprendo a tocar?’ Y Cristián me dice, ‘yo me compro un saxo y aprendo a tocar. De alguna forma vamos a aprender'», relató Maichil desde una casa rodante en la Población Santo Tomás de La Pintana.
De esta manera, formaron la agrupación “El Ritmo de la Ruta”, transformando el chinchín en su estilo de vida, que los llevó a experimentar increíbles vivencias y viajar a través de distintos países, mientras disfrutaban de la música.
Paola explicó que «cuando hablamos de oficio carnavalero, parte desde la mirada del carnaval, desde un trabajo territorial, de poder llevar cultura a las poblaciones. Esa es una mirada dentro del oficio carnavalero, que se está formando para llevar cultura a las poblaciones, no desde lo económico, sino desde lo que significa llevar cultura a los lugares donde no hay plata, donde la gente no tiene para pagar un show, un festival, un carnaval. Y ya desde ahí, cuando uno ya aprende el instrumento, en mi caso dije ‘ya, yo también quiero verme beneficiada económicamente de esto’, con el sueño de viajar. ¿Cómo hacemos el plan para viajar? ¿Desde qué mirada? Y ahí surge esta agrupación, esta familia pequeña, que nos llamamos “El Ritmo de la Ruta”, y ahí empezamos a darle sin miedo y a trabajar y a generar dinero para poder sobrevivir viajando».
«Este proyecto de viajes lo comenzamos en diciembre de 2021. Salimos a recorrer Chile, llegamos hasta Catedrales de Mármol. De ahí cruzamos a Argentina, hicimos toda Argentina hasta llegar a Buenos Aires, después a Uruguay, hasta Buzios, llegando a Brasil, siempre tocando el chinchín y financiando, en su mayoría, con lo que hacíamos tocando en la calle, alrededor del 80%”, añadió la chinchinera.
Una nueva generación carnavalera
Paola aprecia en sobremanera la posibilidad de aprender un arte que años atrás estaba reservado principalmente para los chinchineros tradicionales, quienes heredaban este legado de generación en generación, y quienes siguen siendo ampliamente respetados por los chinchineros carnavaleros. De hecho, según explica, fue gracias a las enseñanzas de “el gran y grandioso Pepa”, como ella lo presenta, que las personas de su escuela pudieron aprender este arte, siendo guiados por este chinchinero de tradiciónen todo el proceso.
«Estas nuevas generaciones también traen una nueva propuesta, porque si bien es cierto que es una tradición, es una tradición que se debe abrir a las nuevas generaciones, que no se debe perder. Es verdad que, por más que haya familias e intenten seguir sacando chinchineros de oficio o de tradición, no se da abasto para este tremendo país. Lo digo, porque estuvimos en el norte, donde los niños no conocían el chinchín”, declaró Maichil.
Además, Paola agregó que “conocí a una niña emocionada que siempre quiso ver un chinchinero, una chinchinera, y su mamá decía ‘qué mejor que verte aquí en San Pedro de Atacama, un lugar tan lejos, que aquí nunca ha venido un chinchinero’. Es ahí donde tú te das cuenta de que, siendo un patrimonio cultural, falta mucho trabajo por seguir mostrando. Claramente, hay que trabajar y hay que masificar este instrumento para que se conozca este quehacer.»
Pero Paola no ve el valor del chinchín solamente en las personas que aprecian su arte, sino también en lo que este instrumento ha dejado para su propia vida.
«Para mí, es una experiencia y algo súper significativo como familia, porque siento que es una herencia, algo que le estamos entregando a mi hija desde el día que ella decidió entrar en la Chinchin. Fue así: vamos, entremos las dos. Y es como dejarle algo no solo profesional, porque lo profesional está muy sobrevalorado. En cambio, el oficio, el día que ella no tenga plata, se gana en un lugar y es una herramienta de trabajo y de lucha el día de mañana para ella, para poder sobrevivir”, expresó la chinchinera carnavalera.
Finalmente, Paola confiesa que “algo que me satisface a un nivel muy elevado es poder tocar, mostrar lo que hacemos, y decir ‘también hay chinchineras’, porque siempre son chinchineros, no chinchineras. En este caso particular de nosotras, sin querer queriendo se formó una tradición en mi familia porque ella, en gran parte, aprendió en la escuela, pero también mirándome a mí y tocando juntas”.
Esta publicación forma parte del suplemento digital Oficios Tradicionales: La lucha contra el olvido y la desaparición, que fue financiado por el Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y el Consejo Regional Metropolitano de Santiago.