Por Natalia Ojeda Gaete y Gonzalo Ibarra Montenegro
SANTIAGO.- Justo cuando Chile vive tiempos de cambios profundos y fuertes luchas por una sociedad más igualitaria, con una mayor participación de las personas de regiones y los pueblos originarios, días atrás se conoció una buena noticia: la Cámara de Diputados aprobó la iniciativa que busca incluir a comunidades Selk’nam como el décimo pueblo protegido por la Ley Indígena.
Hasta ahora este pueblo es considerado extinto por el Estado. Sin embargo, la agrupación indígena «Comunidad Covadonga Ona» dio la pelea y, a través de diversos informes y estudios, terminaron impulsando este proyecto de ley que establece normas de protección, fomento y desarrollo de esta cultura, además del reconocimiento de los descendientes de quienes lograron sobrevivir a un horrendo pasado de exterminio en la zona austral del país; según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas, existen 1.444 personas que se identifican como descendientes Selk’nam.
De acuerdo a la Cámara Baja, desde 2016 la Universidad Católica Silva Henríquez investiga la memoria de la ancestralidad Selk’nam en 12 familias integrantes de la Corporación antes mencionada, que se reconocen como descendientes, lo que se une a investigaciones de los últimos diez años de historiadores locales de Magallanes, que han desclasificado archivos y nuevos antecedentes, como por ejemplo, el remate de indígenas que fueron criados por familias chilenas.
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Un poco de historia
A partir de la llegada de los colonos europeos a Tierra del Fuego, en 1880, comenzó el proceso de extinción de los Selk’nam, quienes fueron cazados a cambio de dinero. Muchos murieron por enfermedades y contagios en las misiones cristianas que les dieron asilo cuando eran perseguidos. A cambio, los hombres tuvieron que aprender labores de carpintería y cuidado de animales; las mujeres, bordado y los quehaceres domésticos del aseo y planchado. Eran analfabetos y en las misiones les enseñaron a leer y escribir textos bíblicos, donde los evangelizaban con la religión cristiana y los obligaban a adoptar sus costumbres, despojándolos de su modo de vida espiritual con la naturaleza.

Dominio de la Isla Grande
Los títulos chilenos sobre el territorio magallánico datan desde 1539. En ese entonces el Rey de España, Carlos V, había entregado al capitán español, Pedro Sánchez de Hoz, una vasta zona para gobernar, explorar y habitar. Sánchez de Hoz se asoció con otro capitán español, Pedro de Valdivia, para conquistar los territorios que había descubierto tiempo antes Diego de Almagro. En 1540, luego de dar inicio a la expedición de conquista, Sánchez de Hoz cedió a Valdivia los derechos jurisdiccionales sobre las tierras de la zona sur del Estrecho de Magallanes. En 1548 Pedro de Valdivia obtuvo el mando de la Nueva Extremadura y Provincias de Chile. Pedro de Valdivia, en su interés por ampliar su gobernación y conquista, solicitó al Rey Carlos tener potestad hasta el Estrecho, el que le fue conferido el 29 de septiembre de 1554.
A la muerte de Valdivia, su compañero Jerónimo de Alderete tomaría posesión sobre los títulos chilenos; sin embargo, su prematura muerte le impidió hacerse cargo de la jurisdicción, que recayó en García Hurtado de Mendoza en 1557.
Los continuos conflictos de resistencia de grupos indígenas, como la guerra de Arauco, habría dificultado el ejercicio efectivo de las tierras del estrecho de Magallanes y de la zona Austral.
A inicios del siglo XIX, cuando Chile ya era libre de dominación española y se estaba conformando como una República quiso tomar control, nuevamente, sobre aquellos lugares para incorporarlos en su dominio nacional. Desde 1843, con la integración de la punta de Santa Ana, tierra patagónica de Brunswick, Chile se interesó por consolidar jurisdiccionalmente los territorios que los españoles se habían adjudicado y que Argentina había comenzado a reclamar. La guerra del Pacífico, años antes, generó presión del país vecino por estas zonas que habían sido ocupadas por Chile y esta disputa se extendió por alrededor de treinta años. Luego de muchas negociaciones, el 23 de julio de 1881 se resolvió la disputa territorial con un tratado que resolvía compartir el dominio sobre la Tierra del Fuego y sus islas aledañas, e Isla Grande pasó a ser territorio chileno.
La memoria de un pueblo
Anne Chapman, era una antropóloga franco-norteamericana que se relacionó, durante un largo periodo, con los últimos sobrevivientes Selk’nam en 1965. Un importante registro de esos testimonios está presente en el libro Fin de mundo (2002), donde rescató y reconstruyó parte de su historia. Para su trabajo de investigación, Chapman basó sus estudios en los del sacerdote y antropólogo alemán, Martín Gusinde, la última persona en convivir por dos años y medio con el grupo étnico, que estaban en un avanzado proceso de extinción, quien además fue testigo de una de las ceremonias más importantes para los Selk’nam: el Hain. El resultado de la labor de campo de Gusinde se traduce en algunos textos y fotografías de los indígenas que aparecen en el libro de Chapman.
La palabra “ona” significa Norte para los Yámanas y es el nombre con el que erróneamente se les conoce a los Selk’nam. Los Yámanas (pueblo indígena de la zona austral), geográficamente, eran vecinos de los Selk’nam y llamaban a la Isla Grande “Ona-sin” (Norte-país) y al Canal Beagle “Ona-chaga” (Norte-canal). Y una de las tesis de este “malentendido histórico” se debe a que el primer misionero inglés en vivir en Tierra del Fuego, Thomas Bridges, quien trabajó durante casi toda su vida entre los Yámanas, se refería a los Selk’nam como “onas” y desde ese momento el nombre fue aceptado como el verdadero.

El nombre de Tierra del Fuego, según Gusinde, se debería al explorador portugués, Fernando de Magallanes. Este registró en su Diario de Navegación, haber observado de noche mientras navegaba por el estrecho, muchos fuegos y es por ello que denominó el lugar como “Tierra de los fuegos”.
Los Selk’nam se ubicaban, en el Siglo Veinte, en el centro y norte de Tierra del Fuego, entre Chile y Argentina. De acuerdo a información arqueológica, adjuntada en la investigación de Chapman, esta zona estuvo poblada desde hace unos diez mil años y se dedicaban a la caza, recolección de alimentos y la pesca.
Entre 3.500 a 4.000 personas era la población de los Selk’nam en 1880. En ese mismo año comenzó la ocupación de su territorio por los occidentales, que ya venían siendo diezmados durante la década del siglo XIX y principios del XX. El descubrimiento del oro y la entrega de tierras a empresas ganaderas para su explotación por parte del gobierno chileno, convirtió el archipiélago en un latifundio y a los Selk’nam en intrusos de sus tierras. En 1919 Martín Gusinde había contado 279 Selk’nam y diez años después quedaban menos de cien. En 1966 había trece, donde sus padres eran blancos o mestizos; casi todos eran mayores de cincuenta años y habían nacido cuando la cultura ya estaba siendo destruida.

El estilo de vida los Selk’nam era el más antiguo de la humanidad, de naturaleza nómada, aunque no hay datos concretos desde hace cuánto tiempo llegaron a esa zona, pero gracias a los testimonios que pudo recoger Chapman, habrían llegado a Isla Grande tras la caza de guanacos a pie, ya que no eran navegantes. Los guanacos era la base de su alimentación y usaban sus pieles para vestirse y los cueros para construir carpas; cazaban zorros, roedores, pájaros, focas y lobos marinos y también comían ballenas, cuando las encontraban varadas. Asimismo, las mujeres recolectaban hongos, bayas, moluscos y huevos. Cuando se cambiaban de campamento las mujeres llevaban cueros donde envolvían todos los enseres de sus hogares y sus hijos; los hombres eran quienes guiaban el viaje y solo transportaban arcos y flechas. Vivían en grandes familias patrilineales, cada familia tenía su territorio y su sociedad era sin jefes.
Cada generación contaba con hombres sabios, quienes eran llamados “padres de la palabra” y guardianes de la tradición. Las reglas morales se transmitían de generación en generación y mediante una ceremonia que duraba muchos meses, llamada Hain, los hombres jóvenes, llamados klóketen por su condición de aprendices, eran iniciados a la vida adulta. Algunas de las cosas que les enseñaban en ese rito a los jóvenes, era respetar a los hombres mayores, no hacerles bromas ni chistes a las mujeres, ser trabajadores, obedientes, entre otras cosas.
En el Hain los hombres contaban el secreto de los Selk’nam a los menores, que no podían escuchar las mujeres. Dicho secreto se trataba que los primeros tiempos del mundo era un matriarcado: las mujeres eran quienes dominaban a los hombres. Según el mito, antiguamente, el Hain lo practicaban las mujeres que se disfrazaban de espíritus con máscaras y pintaban sus cuerpos, asustando y humillando a los hombres. Hasta que un día un hombre las descubrió y le contó al resto de la tribu. Estos habrían matado a todas las mujeres, a excepción de las niñas, apropiándose de la ceremonia y del secreto del Hain para dominarlas. Y desde ese momento los Selk’nam se convirtieron en una sociedad patriarcal.
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