El primer filme que visioné del director surcoreano Kim Ki-duk, quien lamentablemente dejó de existir el 2020 tras contagiarse de Covid-19, fue “Primavera, verano, otoño, invierno…y otra vez primavera” (2003).
De ritmo pausado esta pieza es un bálsamo de poesía, sabiduría, misticismo y espiritualidad. Con una cuota de pesimismo ante lo voluble de la esencia humana que repite patrones de conducta en que los actos negativos son un karma en nuestra existencia.
Kim Ki-duk abarca temáticas recurrentes de su cine como la naturaleza violenta del hombre y las relaciones humanas, sobre todo los conflictos de pareja abordados de forma original e intelectual.
En “Primavera…” la historia se desarrolla en un valle paradisíaco de extrema belleza. En el centro de un gran lago se encuentra una vivienda o un templo oriental donde viven un maestro ermitaño y su pequeño discípulo.
Ambos personajes se encuentran apartados de la sociedad y recorren un camino de aprendizaje y sabiduría por las diferentes etapas de la existencia humana trazadas por la violencia y el egoísmo.
Descubro el dolor, la pérdida de la inocencia, el despertar sexual amarrado al instinto de posesión. Además está la caída y la condena, y cómo adquirir perfección y sabiduría para salir del lado oscuro.
Estaciones
La puerta de acceso al lago es similar a un telón de teatro que se abre para indicarnos que se viene un nuevo capítulo o nueva época en la vida del personaje.
En este periplo el protagonista experimenta situaciones terribles para despojarse de sus instintos. En la inocencia se descubre el dolor en primavera, y se suman otros episodios complejos marcados a fuego durante el verano, otoño e invierno.
En primavera veo la madurez del maestro y la niñez del discípulo, descubro el sufrimiento del protagonista y la lección que aprende a través del karma que llevará toda su vida por la transgresión a la naturaleza.
Posteriormente viene la etapa de vejez del maestro y la pubertad del discípulo, con el despertar sexual y la llegada del amor. La necesidad carnal provocará en el joven un quiebre existencial.
“El deseo despierta el ansia de poseer, y el ansia de poseer despierta instintos asesinos”, señala un antiguo proverbio chino.
Más tarde el anciano maestro termina su camino y viene la etapa juvenil del discípulo, quien escapa de la justicia y regresa al templo oriental.
Aquí el corazón del hombre es esclavo de la rabia y el odio, su vida es una tortura ante las malas decisiones. Su maestro aguarda y espera el instante preciso para hablar con él.
Llega la madurez del discípulo y su conversión a maestro al aparecer un nuevo aprendiz. Para lograr este nivel, deberá experimentar dolor físico al realizar un ritual para su renacimiento personal y afrontar un nuevo ciclo de vida.