Samurái Champloo: Sangre y katanas al ritmo de Nujabes

El recorrido de tres carismáticos personajes que buscan al samurái que huele a girasoles es una invitación al viaje interior. Samurái Champloo es una historia de espadas y muerte, pero también de soledad, familia, valentía y superación.

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Mugen, Fuu y Jin

Suele decirse de las series que lo más importante no es su final, sino aquel camino recorrido episodio tras episodio. Comienzo con esta reflexión, no porque crea que Samurai Champloo tenga un final decepcionante, sino porque es uno de esos viajes espectaculares, donde el termino pareciera no importar mucho y el recorrido se convierte en lo principal de la experiencia.

Samurái Champloo es una serie de anime, creada por el talentoso Shinichiro Watanabe (Watanabe Shin’ichirō), transmitida originalmente entre 2004 y 2005. El desarrollo de su trama se aleja bastante del clásico genero shōnen (Naruto, One Piece, Dragon Ball, etc) y, aunque trata de espadachines y ronins peleando con katanas, presenta personajes maduros y profundos, quienes a lo largo de 26 episodios deslumbran con un exquisito desarrollo argumental. Así, la obra de Watanabe calza mejor en el género Jidaigeki, al igual que muchas de las películas del cineasta Akira Kurosawa.

Captura de «Yojimbo»(1961), dirigida por Akira Kurosawa.

Tal como en las cintas del destacado director japonés, en este anime seguimos el recorrido de tres personajes, quienes viajan por un Japón ambientado en el periodo Edo. Se trata de Mugen, un rebelde espadachín, Jin, un silencioso y mortífero ronin y Fuu, una muchacha misteriosa, quien busca desesperadamente al samurái que huele a girasoles. Es esta búsqueda la que junta a los personajes, llevándolos a diferentes pueblos y locaciones, dando paso así a un desfile de historias y situaciones, las que capitulo a capitulo ponen a prueba la templanza y unión de los protagonistas.

Es esta rica variedad de personajes y situaciones la que permite a la serie abordar temáticas como los roles de género, la explotación de las geishas, las relaciones de poder, la moda, la religión la política y mucho más. De esta manera, Mugen, Jin y Fuu en su largo recorrido se cruzan con historias que van desde cristianos refugiados en Japón hasta el grafiti y la moda. Sumado a lo anterior, el anime en su relato entremezcla referencias históricas de las diferentes eras de Japón.

Sin embargo, Samurái Champloo tampoco peca de ser una obra demasiado seria, ya que cuenta con un ingenioso humor que se vale de anacronismos y situaciones absurdas, provocando así genuinas carcajadas. Todo esto sin romper la tensión por la que constantemente pasan sus protagonistas. Las situaciones irónicas se complementan con la personalidad de Mugen y compañía, causando así desenlaces divertidos y muchas veces inesperados.

Como todo buen viaje, Samurái Champloo cuenta con una banda sonora increíble, producida por el compositor y beatmaker Nujabes. El músico, que bien podría ser el padre fundador del hip hop estilo lo-fi, se encarga de empapar el crudo relato samurái con ritmos llenos de soul, jazz y blues. Esta musicalización es sin dudas parte de la espina dorsal de la obra, ya que se complementa con su estilo visual, animación e incluso con su título. Esto pues, la palabra champloo proviene de Okinawa (Chanpurū) y significa mezclar. Así, Samurái Champloo se puede traducir como “mezcla samurái”.

Portada del álbum «Modal Soul» de Nujabes.

Cada pelea de espadas es la excusa perfecta para dejarse atrapar por los exquisitos beats de Nujabes. Así, ver a Mugen pelear con «Aruarian dance» de fondo o a Fuu conversando mientras suena «The space between two worlds» se convierte en una experiencia muy agradable y, al menos en mi caso, novedosa. El rap, y también el hip hop, fusionado con la temática samurái es algo que de ahora en adelante quisiera ver más seguido.

Samurái Champloo es el viaje perfecto. No demasiado largo, con excelente música, con risas, momentos de reflexión y junto a carismáticos personajes. La invitación es a dejarse atrapar por esta obra de animación japonesa. Disfrutar su banda sonora y su entrañable relato. Si les gusta, quizás les pase como a mí y se encuentren de pronto entre sesiones de estudio con los beats de Nujabes de fondo, pensando en la búsqueda del samurái que huele a girasoles.

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