Nací en 1980, tres años después que el mundo conociera Star Wars por su primera película, la que con los años terminaría llamándose “Una nueva esperanza”. Para mí, Star Wars es mucho más que una cinta o una saga cinematográfica. Forma parte de lo que soy. Es como aquel viejo amigo de la infancia, con el cual pasas años sin hablar, pero cuando te reencuentras es como si no hubiese pasado un día sin verlo.
Ese mismo amigo con quien compartes una manera de ver el mundo y a quien le perdonas ciertos deslices (como la trilogía de Anakin o El Ascenso de Skywalker), porque entiendes que aquello que compartieron juntos en esos primeros años es más fuerte que los eventos de la adultez. Si buscas acá una reseña concienzuda sobre Star Wars, lamento decepcionarte, pues no se trata de eso. Mas bien, exponer un retrato íntimo del concepto cinematográfico y de lo que a mí me pasa con estas películas.
Cuando mi veloz editor Fabián, alias “Jake Gyllenhaal”, me pidió escribir algo para el Star Wars Day, decliné hacer algo sobre los significados políticos, sociales, filosóficos y antropológicos de la saga. De eso ya hay bastante material, pero se habla muy poco de lo que les pasa a las personas con Star Wars y las razones por las cuales ocurre eso. En el fondo, la saga habla sobre la historia de una familia a lo largo de tres generaciones, una familia poco funcional, pero familia al fin.
Una historia familiar
Nací y me crié en un pequeño lugar del sur de Chile, un lugar que ahora me parece idílico y tranquilo, pero que durante mi infancia era todo el universo desconocido. Eran los ochentas, en un país en dictadura y cuando internet solo era un sueño de ciencia ficción.
El único cine del pueblo hace años que había estrenado El Regreso del Jedi, la última película de Star Wars en ese entonces, por lo cual mi primer acercamiento a la saga fue a través de la televisión, en aquellos estrenos de domingo donde cortaban la emoción con larguísimas tandas comerciales. A mí y mis amigos eso nos daba igual, la veíamos cada vez que teníamos oportunidad y muchas tardes jugamos a ser Luke en el planeta helado de Hoth o bien entrenando con Joda en Dagobah.
Recuerdo un documental making off que se emitió por aquel tiempo, donde revelaron que el ruido de los sables láser lo sacaron del sonido que hacen los cables de los postes eléctricos. Ni les cuento las veces que tratamos de sacar ese sonido con mis amigos, en un juego que lejos de convertirnos en Jedi, nos pudo electrocutar. Y en esos juegos, se nos fue la infancia.
Si hay algo de lo que habla Star Wars es de la relación de un padre y un hijo. Mirando hacia atrás, creo que eso fue lo que mas me atrajo de la saga. Luke avanza descubriendo su pasado a través de su entrenamiento Jedi y termina luchando con su padre, pero es en esa acción cuando consigue redimirlo. Y de paso liberar a toda la galaxia de un yugo fascista.
La caída de otro imperio
En mi historia así llega el año 1988 y el plebiscito en Chile. Por primera vez en mis 9 años veía una polarización que jamás abandonaría el país. Caía un dictador, pero no redimido como Darth Vader ni derrotado como El Emperador. Lo de Pinochet en Chile fue mas bien como el “La Venganza de los Sith”, un mal que solo estaba en espera para renacer con fuerza más adelante.
Mi papá se separó de mi mamá en 1993, en esos años raros de transición y cuando creíamos que la trilogía original era lo único que tendríamos de Star Wars (sin mencionar ese espantoso especial de Navidad, ni las películas de los ewok). Lo último que supe de Luke era que había recuperado a su padre. Tras la batalla en la luna de Endor, finalmente cae el Imperio y el Emperador es asesinado. Darth Vader muere, pero el amor de su hijo lo redime. Así mientras Luke recuperaba a su padre, yo perdía al mío.
La transición a la democracia en Chile coincidió con mi adolescencia. De alguna manera, sentí que el país crecía y se descubría a través de mí. Star Wars comenzó a quedar relegado como un recuerdo de infancia, junto a las historias de felicidad con mi padre. En la TV ya nos las pasaban más, era como si a la democracia no le interesara mostrar películas sobre la caída de una dictadura. Pero Star Wars no dejaba que me interesara en otras cosas y seguí soñando con el entrenamiento de Luke en Dagobah.
Padres e hijos
Quienes son hijos de padres separados sabrán que uno de los beneficios que eso conlleva son los regalos. Pues bien, mi padre, sabiendo de mi afición al cine, me regaló un reproductor de DVD desde donde hice copias de las películas que arrendaba en el video club (caída de carnét). Ahora, podía ver mi saga favorita todas las veces que quisiera y disfrutarla en su versión original. Luego, George Lucas le agregó esas cosas digitales que él tanto ama, y pude ver más stormtroopers montando bestias en Moss Eisley, ventanas que mostraban un crepúsculo escarlata en la Ciudad Nube de Bespin, esa escena de Han con Jabba en “Una nueva esperanza” y como no, aquel inserto final de toda la galaxia festejando la caída del imperio.
Eso era solo la antesala de lo que vendría, pues a mediados de los noventas, George Lucas anunció tres películas más, las esperadas precuelas. Star Wars no se había acabado, solo estaba hibernando.
Unas secuelas no tan lejanas
En 1999, acompañado de mi hermana, primos y primas, fuimos a ver La Amenaza Fantasma al cine de Traiguén. El lugar había cerrado hace años, pero todavía abría para algunas películas. No entendimos nada porque la película estaba doblada al español y el sonido del viejo cine ya no era lo que antes. Aún así nos gustó mucho, debo reconocerlo y la disfrutamos a concho.

Esta fue la trilogía que me acompañó en el paso de la adolescencia a la adultez. No es la mejor referencia obviamente, pero debo decir que el 2005, a mis 25 años, fui al estreno de la película con mi prima y ambos comprendimos la nada sutil referencia al alzamiento del poder absoluto que podría ser el homologo a la administración de Bush hijo en E.E.U.U., el nombramiento de Hitler como Canciller en Alemania o el golpe de estado en Chile. Talvez criarnos en dictadura nos hizo políticos desde la infancia.
Los episodios I-II-III también llamados trilogía de Anakin tienen más defectos que virtudes. El uso del CGI prometía que de su abuso dependía el futuro del cine. Y no fue tan así. En ese momento pasamos de análogo a digital y, 15 años después, las películas sin tanto CGI se disfrutan mucho más (al menos en la opinión de este humilde servidor).
Un universo gigantesco
Para esas fechas yo ya era “adulto”. Trabajaba, me había reconciliado con mi padre y comenzaba a gastar mis primeros sueldos en todas aquellas cosas que no pude tener de niño, entre eso los cómics de Star Wars. Y ese fue otro universo que se abrió ante mí. Ante el Eduardo adulto y mas receptivo y reflexivo, pero no por eso menos soñador e infantil.
Ya me estoy pasando en el límite de caracteres que desde la edición me dieron para este texto, pero me queda aún mucho por hablar. Y es que cuando me piden que hable de un amigo no puedo parar.
A modo de resumen, solo diré que me gustó El Despertar de la Fuerza, Los Últimos Jedis es de las mejores películas de Star Wars y el universo podría funcionar bien sin “El ascenso de Skywalker”. Pero aún aquel fracaso no hace que la saga me guste menos. De hecho, la amo más que antes ahora que sé que no es perfecta. Que es falible como cualquier creación humana, como cualquier ser humano, como cualquier padre. Y aunque han pasado muchos años desde que la descubrí, en mi mente está tan fresca como cuando la veía en la televisión en blanco y negro que teníamos en mi casa.