En el cine existen títulos emblemáticos sobre la adicción a las drogas y sus terribles secuelas. “Drugstore Cowboy” (1989), “Diario de un adolescente” (1995), “Réquiem por un sueño” (2000), “Blow” (2001) y “Ciudad de Dios” (2002) son claros ejemplos.
Aunque son imprescindibles, no le hacen sombra a la descarnada e electrizante “Trainspotting” (1996) que suelo mirar con sus bizarros personajes de Edimburgo y también para escuchar una selección de buena música, encabezada con Iggy Pop.
La descubrí por primera vez cuando estaba en la Universidad y fue un bálsamo ante el adverso panorama que afectaba a jóvenes que no tenían las mismas oportunidades. Entre ellos, amigos y conocidos que no sabían qué hacer con sus vidas ante un incierto futuro que no tenía nada que ofrecer; sólo quedaba rasguñar con las propias uñas.
Malas decisiones
Ante este panorama “Transpotting” fue un rayo en la cabeza, aunque igual me dejó una sensación extraña; perplejidad ante lo cercano que se está de la muerte cuando se toma el camino equivocado.
Me transformé en un adicto del filme de Danny Boyle que trata sobre un grupo de amigos sin futuro a finales de los ochenta. Éstos pasan por una mala época ante la desindustrialización de la sociedad y sus diversas adicciones.
En aquel tiempo no conocía a Ewan McGregor, quien interpretó a Mark Renton, papel que lo elevó al estrellato, luego destacaría en “Star Wars”, “El escritor fantasma” (2010) y “Los últimos días en el desierto” (2015).
Sobrevivientes
Renton junto a sus amigos estaban con la brújula perdida; sin embargo, sobrevivían en un mar de punk rock, consumo de drogas, violencia, cleptomanía y fútbol.
El protagonista vive en carne propia el abismo del consumo de drogas ante su insatisfacción personal y material. No obstante, cuando estas adiciones amenazan con tragárselo, decide darle un giro a su vida para salvar el pellejo.
Innecesaria secuela
Han pasado más 20 años de su estreno. “Trainspotting” envejece bien y parece nunca terminar. Es tan impactante como en esa época de estudiante, por lo que considero que la secuela del 2017 es innecesaria y no aporta en nada a un relato que tuvo su broche de oro.
Boyle revivió una historia que no había que despertarla, les ruego no se atrevan a mirarla, perderán dos horas de su vida y matarán la magia de esta joya, que aunque exhibe una realidad descarnada, es una lucha por la sobrevivencia ante las destructivas adicciones.
Por Andrés Forcelledo Parada.-