“Valparaíso, mi amor” (1969) ha sabido envejecer a más de cinco décadas y su desgarradora historia está más vigente que nunca en nuestra desintegrada sociedad.
Existen elementos que la convierten en una de las mejores películas que se hayan hecho en Chile y debe estar dentro de las mejores 100 de la historia del séptimo arte.
La primera de las únicas dos cintas que dirigió Aldo Francia Boido no tiene nada que envidiar a emblemáticas del neorrealismo italiano: “Roma, ciudad abierta” (1945) y “Ladrón de bicicletas” (1948), de Roberto Rossellini y Vittorio De Sica, respectivamente.
Un hecho marcaría la formación del cineasta chileno con una de estas memorables obras. A finales de 1949 viajó a Francia junto a un grupo de compañeros recién graduados de la carrera de Medicina, en una tarde parisina los profesionales vieron “Ladrón de bicicletas”.
Terminada la función todos salieron emocionados hasta las lágrimas del cinema y en ese momento existencial el doctor Francia se prometió que algún día realzaría su propio filme.
Cruda realidad
Desde el primer fotograma me conecto con la historia con pinceladas neorrealistas y tomas cenitales que me recuerdan cintas de la Nueva Ola Francesa, al más puro estilo de François Truffaut en “Los 400 golpes” (1959).
La mayoría de las imágenes filmadas “cámara al hombro” describen la cruda realidad social de la década de los sesenta en Chile, y no es una visión sensacionalista de la pobreza, sino una fiel expositora de los acontecimientos.
Es la historia de un padre y sus cuatro hijos que viven precariamente en los cerros de Valparaíso. Los niños quedan desamparados porque su progenitor, de oficio matarife, es encarcelado por robarse vacas para llevar el sustento a su familia.
Los hermanos quedan a cargo de la conviviente del padre quien se encuentra embarazada, ella los mantiene gracias a su trabajo de lavandera; sin embargo, éstos se ven enfrentados a la marginalidad y la descomposición familiar que no pueden eludir ante la ausencia del padre, que es lo único que les queda en la vida.
Sobrevivientes
Inevitablemente los hermanos mayores se inician en la delincuencia para poder sobrevivir, la hija tomará el camino de la prostitución y el menor se enferma de bronconeumonía.
El director, nacido en Valparaíso, muestra la ciudad puerto como un personaje más de la trama, con sus cerros, ascensores, plazas, mercado, calles y centros nocturnos.
Justamente en estos lugares los niños se enfrentan a la hostilidad de los grandes y de sus pares como en las escenas del Cementerio y el Mercado.
Mencionar que el doctor Francia fue una persona muy querida por los habitantes de Valparaíso gracias a su loable compromiso social como médico pediatra «del pueblo», como le llamaban.
Durante el rodaje el médico tuvo una excelente relación con los niños logrando una notable dirección de actores, sin ser ellos profesionales, alcanzando momentos de naturalidad y espontaneidad que la cámara inmortalizó para siempre.
Por instantes me olvido que es un filme y parece un documental que registra terribles sucesos de la vida real. Me sumerjo en esta historia que carcome el alma y donde el realizador expone la miseria que rodea a sus personajes.
Sin embargo, el director exhibe esta pobreza de una forma honesta, con la ausencia absoluta de clichés en que otros harían una apología de la miseria, porque las imágenes hablan solas y no instrumentaliza la marginalidad como panfleto político.
Imprescindible cinta que en mi opinión conforma la “Trilogía de oro” del cine chileno, junto a “El chacal de Nahueltoro” (1969) y “Julio comienza en julio” (1979), dirigidas por Miguel Littin y Silvio Caiozzi, respectivamente.
Los interesados en visionar esta joya nacional en versión 4K y sonido restaurado lo pueden hacer gratis en el sitio Cineteca Nacional.