Por Josefa Arias Queupil, Licenciada en Lengua y Literatura.
Seamos realistas: el sistema capitalista nos tiene amarrados desde todas nuestras extremidades; lo vemos operando sin consuelo en nuestro vivir cotidiano, en nuestros agotadores paseos por el barrio y, sobre todo, en nuestra manera de relacionarnos con nuestros pares: nos tiene atrapados desde la raíz de nuestra existencia. Y, de todas formas, buscamos -con intentos muchas veces frustrados- medios que nos ayuden a distanciarnos de la frialdad del sistema; golpeamos nuestras cabezas contra la mesa para repensar y ojalá descubrir nuevas formas de resistir e ir contra la corriente. Y no es tarea fácil: es observar y entregarnos a nuestro alrededor, e identificar críticamente nuestros gestos, movimientos y conversaciones que nos afectan constantemente, para luego renombrarlas de acuerdo con nuestra proyección creativa y política. Sin duda, durante estos últimos años, nuestras intenciones de transformar todo lo que nos rodea, se han ligado fuertemente a las propuestas feministas, y ante esto, tanto el lenguaje no sexista como la resignificación de los afectos, se enmarcan dentro de las políticas de género y son parte de una estrategia más amplia que busca nuevas formas de comprender la realidad.
Es en este alboroto en donde nos encontramos con libros como el de la escritora argentina Ana Ojeda, Vikinga Bonsái, quien, a través de la resignificación lingüística y afectiva, propone una manera de aislarnos del ajetreo del capital y observar nuevas formas para sobrevivir y desafiar la realidad.
Vikinga Bonsái es un libro contingente, pues entiende -desde la literatura- qué debemos resolver ante la cosificación de nuestras emociones y relaciones sociales. Y es quizá esta urgencia afectiva la que motiva a Ojeda a comenzar esta obra con una bomba narrativa: la abrupta muerte de Vikinga Bonsái o Bombay, quien, como nos indica el título de la novela, sería el eje central del relato. No es azaroso abrir el hilo narrativo con una temática tan ligada a la explosión de nuestros sentimientos, proponiéndonos experimentar nuestra intimidad reprimida, y es precisamente este aglomerado afectivo el que se ve desafiado por la banalidad del sistema capitalista y patriarcal. De esta forma, a partir de este hecho, se irá tejiendo las problemáticas de les personajes, pues obligará el reencuentro de les amigues de antaño de Bonsái o Bombay, quienes habían optado por olvidar su amistad y el contacto, a raíz del caos de sus vidas sumergidas en el ajetreo cotidiano laboral y/o personal. Se verán desafiades abrir sus heridas del presente, replanteando sus vidas y desnudando sus acongojos en torno a la muerte de Bonsái y el deterioro de sus lazos. Sin embargo, a pesar de la confusión e incertidumbre que les rodea, requerirán hacer un trabajo en conjunto respecto al vulnerable estado de le hije de Bonsái, Pequeña Montaña, quien también se encontrará deambulando entre emociones respecto a la inexplicable muerte de su madre y la ausencia indiferente de su padre, del cual no habrá mayor información de su paradero ante tanta tragedia repentina.
Así, la autora problematiza las nuevas formas de comprender las relaciones afectivas en escenarios donde las emociones e interacciones sociales son cada vez más inexpresadas y deshumanizadas, llevando al límite las emociones de cada personaje con el objetivo de proponer maneras de sobrevivir a la indiferencia emocional en el que nos acoge el ajetreo social, comprendiendo la comunicación empática y la relaciones en comunidad como puntos de fuga de la vida sistemática.
En Vikinga Bonsái no solo la autora apela al retorno de las interacciones y comunicaciones emocionales, sino que realiza este conflicto narrativo desde el lenguaje inclusivo y lo propone como una representación válida de la realidad desde una estética propia. La escritura de Ojeda promueve más que la resignificación feminista, pues retoma códigos populares, imágenes locales y propios de la globalización de las redes sociales. En otras palabras, hace del territorio contingente y cotidiano un hábitat emocional. Al mismo tiempo, reivindica códigos propios de la comunidad argentina, haciéndolos partícipes de esta representación política, sin embargo, debo advertir que esta ultima estrategia escritural podría significar una dificultad al momento de hundirnos en la lectura, pues hay ciertos modismos con los cuales es difícil identificarnos, pero no limita la apreciación estética y narrativa popular propuesta por Ojeda.
Para la autora el lenguaje no discrimina: todo lo que hoy es desechado por el capitalismo y la superioridad intelectual, en Vikinga Bonsái es un instrumento de reivindicación política. Esto último es esencial para la promulgación del lenguaje inclusivo, pues una vez que se construyen propuestas literarias, artísticas y académicas arraigadas al uso naturalizado del lenguaje no sexista, hace de él un uso real en nuestra cotidianidad y en nuestras producciones feministas. Vale mencionar que, como lectora prematura del uso del lenguaje inclusivo, la experiencia no es abrumadora: la narrativa se deja llevar sin ningún obstáculo. No es difícil comprender la trama y profundidad del relato, a pesar de la extrañeza del lenguaje, es decir, la obra de Ana Ojeda no se presenta como un panfleto político, sino como una novela completa, con un cauce natural y feminista.
No cabe duda de que la producción literaria de Ojeda no es mero reto político, sino que es una propuesta de arte crítica que no olvida su posición ideológica; no es un panfleto, es una experiencia desafiante. Ni su escritura ni los hechos narrados se presentan con la finalidad de adornar esta nueva propuesta literaria feminista. Es, definitivamente, nutritivo, como lectora, dejarse llevar por el amigable ritmo y objetivo contestatario, y enredarse en los conflictos cotidianos.
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