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El Cerrillo, una historia oral de los areneros sanbernardinos del río Maipo que busca cambiar el extractivismo por la reconversión ecológica del territorio

Enero de 2023

  Son varios los asentamientos de areneros artesanales que ocuparon las riberas del río Maipo desde el 1900, algunos en Puente Alto, otros en Buin y también los de San Bernardo; todos compartieron una realidad, cambiaron la producción agrícola del campo por la de la cosechar materias primas para la construcción. Fueron parte del progreso de los mejores años urbanísticos de Santiago y la Región Metropolitana, ayudaron a levantar el país cuando se desmoronó entre cada terremoto y también recibieron la basura de ésta como un mal premio a su esfuerzo. El Cerrillo es la historia de un campamento y sus familias, un relato oral de los trabajadores de áridos que han vivido más allá del sur de San Bernardo, ahí, en el límite de lo administrativo y el desarrollo, en un lugar que habitan al lado de un empobrecido caudal, una zona de sacrificio que se resiste a morir, y que busca usar la reconversión del territorio como una salida al oficio extractivista.

Del río a la población

Poco antes de llegar al puente Los Morros, Renato Becerra espera acompañado de su característico morral color negro, que luce un estampado del local Club Deportivo San Jorge, un preciado simbolismo para los areneros del río Maipo; es como si se tratase de una “pata de cabra”, aquella herramienta ancestral construida con tres palos y que simbolizó las canalizaciones realizadas a principios del Siglo XIX para la construcción de la ciudad de San Bernardo. La micro blanca, conocida popularmente como La Liebre y que termina después su recorrido en Alto Jahuel, me dejó justo en frente del almacén que frecuenta este hombre de 62 años.

Renato Becerra junto a un arnero, que es utilizado para seleccionar el tamaño de los productos áridos. Créditos: Gonzalo Ibarra
Renato Becerra junto a un arnero, que es utilizado para seleccionar el tamaño de los productos áridos. Créditos: Gonzalo Ibarra

“¿Cómo está? Vamos a ir a visitar a unas personas”. Saludó animosamente esa mañana de octubre. En los siguientes meses Don Renato sería el mejor guía de la memoria arenera. El respetado dirigente, nacido y criado en el río junto a sus 12 hermanos, contactó a algunos de los trabajadores más antiguos y que siguen con vida en la Población El Cerrillo, una comunidad que -con el tesón de su propio esfuerzo- vio convertir el oficio abordado en este reportaje en uno de los patrimonios culturales más antiguos de la comuna.

Como es conocido, todas las personas lo saludan en el sector; él golpea puertas, entra a las casas y consulta por los pocos que todavía pueden contar los tiempos del viejo campamento, el que ya no existe, pero que estaba situado hacia el poniente del puente Los Morros, aguas abajo por el río, en donde surgieron los primeros sindicatos de areneros de la provincia del Maipo y se construyó la escuela que hoy conocemos como Clara Solovera, destacada por su visión pedagógica en torno a las energías renovables.

Hubo largas caminatas, melancolía y dolores por El Cerrillo y la ribera norte del río Maipo, donde se generó un compromiso que derivó en conocer un poco de la historia del lugar. La memoria oral de las personas mayores dejó una sensación de nostalgia en el ambiente. Por algunos ratos es como si regresaran a esa vida pasada por lo que varias lágrimas cayeron. A pesar de la precariedad, todos concuerdan que la vida en el río era mejor que la actual, que había valores y se vivía en comunidad, lo que se fue degradando con el paso de los años y no solo en este territorio, sino que en muchos otros del país. Aquí es donde el famoso dicho “todo tiempo pasado fue mejor” se repite constantemente.

Los orígenes de El Cerrillo

No se olviden -levantó la voz Don Renato en una de las primeras conversaciones- que el Club San Jorge tiene 108 años de historia y que fue creado por gente arenera y del fundo del mismo nombre, recordando que “desde el 1900 empiezan a llegar las primeras familias” y que “obviamente, había personas desde antes, porque el arenero viene de la época de la Colonia, cuando se hicieron los canales y las bocatomas para los regadíos”. Dijo esto con total seguridad. Y sin dar respiro, lamentó que no haya registros de los nombres de las primeras familias del asentamiento. Desde la década del 1930 hacia adelante ya se puede apreciar con mayor claridad la historia.  La familia Becerra era una de las más numerosas junto a la de los González, Vara, Fuentes, Manzor, Baeza, Ledesma, Navarro, Bobadilla, Olave, Cavieres, entre otras.

El territorio fue un punto de atracción, especialmente para hombres, que no tenían un lugar para vivir y que trabajaban todos los días con pala, picota y arneros; muchos de ellos lo hacían de sol a sol en una calichera, que es el espacio en el cual realizaban las extracciones artesanales de ripio, arena, bolones y otros áridos. Es aquí donde las familias construyeron sus casas de manera muy precaria, la gran mayoría con cañas de hinojo y forradas con barro, atraídas por la tranquilidad y belleza del lugar, con cerros verdes, apreciando una cordillera inmensa, hermosa, siempre blanca, tal como sostienen los relatos contenidos en el libro Del Hogar a Las Calicheras.

Tomada desde el poniente, la fotografía muestra el puente Los Morros y construcciones ligeras en las primeras décadas del siglo pasado. Créditos: www.fotografiapatrimonial.cl
Tomada desde el poniente, la fotografía muestra el puente Los Morros y construcciones ligeras en las primeras décadas del siglo pasado. Créditos: www.fotografiapatrimonial.cl

“Cuántas veces en invierno el río crecía y les arrastraba todo el material y sus herramientas quedaban embancadas, y vuelta a comenzar de nuevo cavando nuevas calicheras, transformándose en una lucha entre el arenero y el río, cuánto ir y venir, cuánto caminar, que se reflejaba en esos rostros cansados con una mirada de resignación. Pero si hay algo sólido, de verdad, es el amor del arenero con el río”, recuerda una de las pobladoras en el texto citado anteriormente, resultado de un taller de la Fundación Prodemu Maipo con mujeres de la Junta de Vecinos El Cerrillo de Nos.

En el asentamiento vivieron hasta 200 familias aproximadamente, todas bastantes numerosas, con un promedio de entre 5 a 13 hijos. Renato Becerra calcula que hubo más de 1000 personas viviendo en la ribera norte del río Maipo. El acceso a este campamento estaba junto a la casa de la familia Fuentes, donde había una higuera que todavía resiste al paso del tiempo; aquí se formaba una punta de diamante, que separaba el camino de donde estaban las casas construidas por ambos costados a otro por el cual transitaban los camiones en busca de material para el desarrollo urbanístico de la ciudad.

“En los alrededores del antiguo campamento había grandes casonas y fundos, como el San Jorge, El Cerrillo, San Adolfo, Haras Los Cóndores, la Planta Hidroeléctrica Central Los Morros, Los Sánchez y la casa al otro lado del puente, perteneciente a la Asociación de Canalistas Unidos de Buin”, subraya el mismo libro ya citado y que fue publicado tiempo atrás por Ediciones Casa de la Cultura de la Municipalidad de San Bernardo.

En un comienzo, no había agua potable, ni energía eléctrica, el vital elemento llegó a través de mangueras, donde construyeron 3 pilones para que la gente pudiese llevarla con baldes hasta sus hogares. La energía eléctrica llegó poco antes de que el río amenazara la gran mayoría de las construcciones, dando paso a una nueva etapa en la vida de las familias areneras.

Para ubicarnos en la Región Metropolitana, la población El Cerrillo está emplazada al sur de San Bernardo, al final de lo que hoy se conoce como Camino Padre Hurtado, antiguamente Los Morros y que es la bifurcación de la popular Gran Avenida. Esta comunidad está distante a unos 9 kilómetros del centro de su comuna y a unos 25 de la Plaza de Armas de Santiago ¿Qué quiere decir esto? Que desde sus inicios fue un territorio abandonado del progreso y el urbanismo, donde la gente convivió entre los áridos y la vida de campo, lo seco y tempestuoso de su entorno, con falta de oportunidades y la implementación de políticas públicas para su desarrollo. Es una zona autodeterminada por su gente y su trabajo.

Los puntos de encuentro

Describir este lugar resulta sencillo cuando fue recorrido en compañía de personas que lo habitaron por décadas; fueron ellos, con su memoria viva los que señalaron dónde estaban las casas, las parcelas, las calicheras, y cómo no, también contaron historias y anécdotas personales, aunque ahora contemplaron un paisaje que es muy distinto al narrado de los tiempos pasados. Hoy el río está visiblemente afectado por la contaminación y los vertederos ilegales.

En la medida que las familias areneras mejoraron sus viviendas en el antiguo campamento, los puntos de interacción social fueron viendo la luz, como la sede vecinal, que bautizaron como El Local, donde ocasionalmente había noches de fiestas y reuniones. El mismo lugar albergó por mucho tiempo y durante los fines de semana, los concurridos ciclos de cine de la época. Una programación realizada por Don Hugo, un señor que apodaban Papa Rucha y que proyectaba películas que estaban en tendencia para las familias, especialmente de western y mexicanas a modo de circuitos, en un recorrido que incluía El Monte, San Adolfo y otros sectores rurales.

Familias del campamento arenero compartiendo en una celebración. Créditos: Autor desconocido, archivo Club Deportivo San Jorge.

Es así como de a poco se fueron construyendo y mejorando otros recintos, como la iglesia evangélica o el policlínico, que funcionó desde el año 1964. Algunas personas como Fidel Pizarro tuvieron almacenes y abastecieron por años el sector con productos de primera necesidad, tales como el aceite y el azúcar. La familia Ortiz Salas se aventuró en los años 50 y levantó junto a su casa el mítico Restaurante Sol y Sombra, donde la gente iba a reponer energías para un mejor semblante tras las jornadas de extracción de áridos. Otros puntos de encuentro fueron las ramadas, como la de El Rule, donde Mercedes Hinojosa traía a la gente el recordado y sabroso pescado frito. O el circo, que se instalaba en un costado de la escuela local.

En la foto aparece Gabriela Salas y de fondo una ramada del Restaurante Sol y Sombra. Créditos: Autor desconocido, Archivo familia Ortiz Salas.

Sin embargo, el fútbol, al alero del Club Deportivo San Jorge, siempre fue para muchos la única y la máxima entretención. Cómo no, si más de un siglo de historia tiene la institución que nació en el fundo del mismo nombre, cuando trabajadores de la piedra se juntaron con algunos parceleros para jugar un partido amistoso. Cada fin de semana los más jovencitos esperaban a que Héctor Manzor -conocido como Chindujito- pasara en su camión rojo, al que llamaban El Flechita, un viejo Ford 56 del cual se colgaban los jugadores equipados para salir al antiguo camino Los Morros y jugar una entretenida pichanga.

Areneros posan con la indumentaria del Club Deportivo San Jorge. Créditos: Autor desconocido, archivo Club Deportivo San Jorge.

Más de cuatro generaciones de familias y cientos de dirigentes han pasado por este club, uno que logró reunir a hombres, mujeres y niños cada domingo en el actual camino Padre Hurtado, a la altura del 19825, tradición que se mantiene hasta los días actuales con escuelas abiertas de fútbol en categorías infantiles y juveniles, además de los campeonatos rurales que se desarrollan de manera esporádica en El Cerrillo. Hay que recalcar que, en cada entrevista realizada, el San Jorge salió al baile. Sin duda es un símbolo de orgullo y pasión para los areneros del río Maipo.

La primera escuela

Como el transporte era escaso en los años 60 -pues pasaba por el camino Padre Hurtado una sola micro, 3 o 4 veces al día y conducida por Don Pepe- estudiar era dificultoso y solo unos cuantos de los trabajadores artesanales terminó la secundaria. Es más, Renato Becerra no pudo seguir haciéndolo, porque según explica debía ir en la noche al centro de San Bernardo y su retorno de varias horas caminando terminó por hacerlo insostenible.

Es por eso que en las primeras décadas del siglo pasado los niños solo tenían la oportunidad de cursar hasta el sexto grado en la Escuela N° 14. Pasaron años y generaciones para que en 1937 la comunidad construyera dos salas en un galpón que estaba en la casa de Juan Ortiz Zúñiga y Gabriela Salas Rodríguez. Así lo recordó Juana, una de las hijas de esta familia, que abrió las puertas de su hogar en la Villa Chena de San Bernardo para hablar sobre esta historia y su vida en el río Maipo.

 “Mi papá llegó en el año 35 al río. Esto es parte de mi historia y me cuesta contarlo. Yo sé que mi papá venía de Santiago y llegó a tener 6 camiones, entonces, él buscaba siempre choferes para trabajar. Y en mi casa, en donde se guardaban y arreglaban los vehículos, que era un galpón, una especie de garaje, se cedió ese lugar para que funcionara la escuela”, comentó la mujer, agregando que el patio, en donde los niños salían a recreo, llegaba hasta la misma orilla del río.

En un principio el techo era de fonola y después con esfuerzos de distintas personas el recinto fue mitad ladrillo y mitad madera, sumando un baño de pozo y una tercera sala con pequeñas ventanas que ofrecían luz natural a los estudiantes. La gran mayoría recibía su educación sentados en cajones, porque las sillas eran escasas; sin embargo, no fue impedimento ante las ganas de aprender. Varios docentes fueron rotando y no cabe duda de que las más recordadas son Sonia Imbert, que trabajó por más de 40 años en la escuela; y Elena Valdivia, que fundó el grupo folclórico Los Morritos, el que después pasó a ser Los Chenitas y que sigue activo hasta la actualidad.

La profesora Elena Valdivia y niños del grupo folclórico Los Morritos. Créditos: Autor desconocido, cedida por profesora María Moreno.

La escuela fue trasladada del campamento en el 1976, cuando apoderados y vecinos de Los Morros construyeron un nuevo establecimiento en un costado de la cancha del Club Deportivo San Jorge, en un terreno donado por los parceleros del sector. En la inauguración pasó a llamarse Clara Solovera, un homenaje a la reconocida folclorista de la comuna de San Bernardo. La misma escuela fue remodelada después del 2000, y hoy funciona desde primero básico a cuarto medio con las carreras técnicas de Turismo y Electricidad, esta última con un destacado enfoque en energías renovables.

Un rol comunitario

En el solitario y pedregoso camino Padre Hurtado se apreciaba un llamativo morro en el cerro cercano al puente. Algunos lo comparaban y señalaban como un pequeño Morro de Arica, según los relatos del libro El Hogar a Las Calicheras. Justo en frente de ese pedazo de roca estaba el Retén de Carabineros, que era el punto de entrada al campamento arenero. Los vecinos creían que esa construcción pintoresca con caballerizas bien mantenidas y una flamante bandera chilena en altura aportaba un toque de elegancia para su comunidad.

Pero no es solo eso. El rol que tuvo Carabineros en el sector es bastante recordado y comentado por los antiguos trabajadores del río. Por lo mismo, nuestro guía arenero fue consultado si conocía algún policía de aquella época para poder dialogar. Su respuesta fue positiva y acompañada de una sonrisa. Visitamos la casa de su hermana, mujer arenera, casada con un carabinero que desempeñó sus funciones en el retén descrito con anterioridad.

José Ramírez y Cristina Becerra contaron su historia de vida en el sector de Los Morros. Créditos: Gonzalo Ibarra.

El uniformado en retiro José Ramírez Ceballos y su esposa Cristina Isabel Becerra, además de recordar el amor que ambos se tienen, hablaron de la vida en el río, resaltando las historias de esfuerzo y perseverancia que son similares a las contenidas en este reportaje.

“Cuando llegué a Los Morros quedé impresionado de ver a la gente que vivía en el río, en un campamento, donde eran todos uno. La gente podía dormir en la calle y no pasaba nada, no existían los delitos. La pega de buscar criminales, asesinos, ladrones, era casi poca; eran contados los delitos, como el abigeato (robo de animales). Faltas simples sí había, de copete. Y paramos de contar, porque tampoco ocurrían todos los meses”, dijo el hombre.

El carabinero en retiro recordó el trabajo comunitario que realizó con la gente que vivía junto al río, con la cual compartió desde que tenía 21 años. “Había un teléfono en el retén, porque en el lugar solo había dos, el otro era el de la planta eléctrica. Nosotros teníamos encuestada a casi toda la gente arenera, con quienes manteníamos un contacto muy bueno. Nos llamaban a nosotros para darles recados a la gente. Nosotros íbamos a avisarles de que los llamaban por teléfono la familia tanto, urgencias… La pega fue preventiva y comunitaria, nosotros éramos como el correo, servíamos para el mensaje”, comentó.

Y continuando con su relato, agregó que “en los tiempos de invierno, cuando el río subía, o en tiempos de verano con los deshielos de la alta cordillera, el río parecía mar, era increíble, ahí nosotros ayudamos a la gente. A veces le ayudaba a los cabros a cargar, ahí me enseñaban cómo era la pega. Ellos trabajaban en las calicheras inmensas, una pega muy pesada, llegaban en la mañana y se iban en la noche. Gracias a eso casi todos sacaron a sus hijos para que estudiaran”.

Un joven José Ramírez, cuando era carabinero y trabajaba en Los Morros. Créditos foto: Autor desconocido, archivo familia Ramírez Becerra.

Después del Golpe de Estado este retén dejó de existir, al igual que otros instalados en sectores rurales de la provincia, como el de Calera de Tango. Los caballos fueron reemplazados por motocicletas y otros vehículos motorizados, mientras que los carabineros fueron reubicados en sectores urbanos. José Ramírez fue trasladado a efectuar patrullajes en el centro de San Bernardo y se retiró en la misma comuna.

La nueva población

Corría el año 1970 y el río Maipo se convirtió en una permanente amenaza para los vecinos del campamento. Su caudal aumentó considerablemente y tomó una fuerza implacable que obligó a las personas a realizar guardias nocturnas para iniciar una posible evacuación. El miedo se instaló en el territorio. “Para las autoridades de ese entonces había llegado el momento de que los lugareños debían abandonar este lugar por el peligro que el río pudiera desbordarse más, ya que el agua había llegado a las casas más cercanas a la ribera”, advierte uno de los relatos del libro Del Hogar a las Calicheras.

Juan Agustín Inzunza ya se había convertido en uno de los dirigentes más importantes de esta comunidad. A fines de la década de los 60 logró con otras personas que las autoridades suministraran energía eléctrica al asentamiento, dejando atrás los chonchones a parafina que iluminaron las mesas de las familias. Este hombre fue el abuelo de Renato Becerra y tuvo otro hito importante en su rol dirigencial, trasladar a la gente arenera a un lugar que pudieran habitar sin temor.

“Mi abuelo fue dirigente por muchos años y le tocó estar en el periodo de las crecidas del río. Ayudó cuando la gente tuvo que migrar a la población El Cerrillo. Fue en el año 1971 cuando éste creció mucho y provocó inundaciones en algunas casas, no todas, pero tomó un rumbo distinto que era peligroso. Por esto la gente iba a curiosear al puente, a ver el río en ese estado. Llegó mucha gente, entre ellos, el dueño del Fundo El Cerrillo”, recordó Don Renato.

Fue así como Jorge Pesce tomó contacto con la persona encargada del campamento, el abuelo de nuestro guía arenero, para hacerle un ofrecimiento: “Le propuso un terreno, que no era fértil, porque sembraban una y otra vez, pero no se daba, porque era muy árido. En el fondo de ese terreno había obras de ladrillos. Ahí este caballero le dijo a mi abuelo que le iba a donar esa propiedad para que sacara a su gente del río. La conversación exacta no la puedo relatar, porque era niño en ese entonces, pero por lo que él nos contaba, así fue la situación, para que la gente no siguiera sufriendo en la orilla del río”, agregó Becerra.

La gente arenera comenzó paulatinamente a subir a la nueva población -ubicada al poniente del puente Los Morros- pues primero se debió realizar una limpieza, un loteo para 80 viviendas y delimitación de las calles, debiendo habitar durante este periodo en albergues que se instalaron en la cancha del Club Deportivo San Jorge. Todos los terrenos son de igual medida: 322 metros cuadrados y cada familia debió construir sus nuevos hogares con recursos propios, por lo mismo, ninguna es de similares características. Con el paso del tiempo las familias fueron recibiendo aportes municipales para mejorarlas, hasta convertir las casas en lo que hoy podemos apreciar en este rincón del sur de la capital.

“El lugar al que fuimos reubicados igual es bonito, pues seguimos apreciando la hermosa cordillera, los cerros y los campos verdes, pero ahora no vemos pasar a nuestros vecinos todos los días como era antes, para ver el puente hay que subir el cerro desde (donde) se ve todo el río, es una vista hermosa y nos da pena al ver el lugar donde estaban nuestras casas, ahora tan solo, tan desierto”, acotó una mujer en el libro citado en este capítulo.

Historias junto al río

Junto a un firme árbol que plantó Guadalupe Castillo junto a su compañero Carlos Ledema cuando llegó a Los Morros y que creció en el lugar al igual que sus hijos, nietos y bisnietos, recordaron por más de una hora la dura vida en el río Maipo. El hombre creció acompañado de su familia en el antiguo campamento y ella, en la década del 1980, hizo una toma en el mismo lugar con su hermana y las hijas de ambas. Hace 30 años son pareja y actualmente habitan en la población El Cerrillo, trabajando con camiones y vehículos a particulares y empresas.

Guadalupe Castillo y Carlos Ledema frente al árbol que plantaron hace 30 años. Créditos: Gonzalo Ibarra

¿Cómo era la vida en el río? Fue la pregunta de entrada cuando nos ubicamos en unas piedras afuera de su hogar en compañía de Don Renato, a lo que él respondió: “buena y mala”. Recordó que se inició en el trabajo cargando los camiones que iban a comprar áridos con apenas 11 años, ayudando a su padre con varios de sus 10 hermanos. “En ese tiempo había angarillas, porque las carretillas eran tan caras y no había acceso para comprarlas. Las hacíamos con tablas y cargábamos con palas”, recordó, explicando cómo era esta herramienta de transporte de carga construida artesanalmente con madera.

El hambre era otro tema, señaló Carlos Ledema mientras miró sus manos. “Me acuerdo de que en los tejados había canastos con pan añejo… Había que comer lo que había no más en ese tiempo. Para poder tomar café ¿Sabes lo que hacíamos? Molíamos los espinos, las pepitas negras, las chancábamos en una lata y de eso hacíamos café”, dijo, agregando que cuando iban a las calicheras a extraer material, la gran mayoría de areneros tomaba té y café en choqueros hechos con tarros, y para no perder el tiempo -aseguró- llevaban latas de salmón o lo que hubiese para comer para lograr aguantar hasta el ocaso.

La señora Guadalupe, en tanto, llegó al lugar junto con una de las últimas crecidas del río -la última data del año 1982, cuando el caudal destruyó el puente Los Morros- dejando atrás una vida de golpes por parte de su exmarido, “después conocí a Carlos, dejé mi casa botada y me vine a Los Morros. Yo iba a trabajar al río con él, hacía pan, buscaba porotos, sacaba los cabellos de ángel -las raíces eran nuestros tallarines-, cargábamos los camiones de Rojita y Soto. Carlos se hizo cargo de mis niñas”, recordó la mujer que, con un dejo de orgullo reveló tener 15 nietos y 2 bisnietos, para después inflar su pecho y contar que es la primera mujer dirigente del río Maipo y que hace 12 años pertenece al Sindicato N°2 Puente Los Morros.

Algunas postales que se aprecian en el hogar de Guadalupe y Carlos, donde aparecen trabajando en el río con camiones. Créditos: Gonzalo Ibarra

Esta pareja de trabajadores de la piedra, la de Guadalupe y Carlos, es ampliamente conocida en la población El Cerrillo y sus alrededores. La principal actividad económica de la pareja sigue siendo relacionada con el río y aseguran que “seguimos trabajando con pala”. Sin embargo, advirtieron que el oficio artesanal no es igual que antes, “porque las crecidas del río nos dejaban buen material, puro molido, que en nuestro idioma es material fino, que trae piedras chicas más arena. A veces era llegar y cargar. Ahora para arnear hay que pescar piedras gigantes”.

Sobre el oficio de la extracción artesanal, Juan Moris, que con 76 años es uno de los pocos trabajadores que puede rememorar aquellos tiempos pasados, advirtió que “no es una travesura”, porque el trabajo les demandaba mucho esfuerzo físico durante gran parte del día, sin importar la inclemencia del clima.

Juan Moris posa en las calles de la población El Cerrillo. Créditos: Gonzalo Ibarra

“En el invierno tocaba ir a cargar los camiones todos mojados y había que sacarse la ropa, cargar casi en pelotas, para no resfriarse, y después íbamos a un restaurante a tomarse algo para poder pasar el frío”, indicó el hombre, añadiendo que “nosotros siempre trabajamos, uno salía oscuro y se acostaba oscuro, a eso de las ocho y media se volvía a la casa, se tomaba un poco de té, se dormía y después vuelta a lo mismo”. Juan Moris llegó en 1960 a vivir con su familia a la ribera norte del río Maipo y trabajó desde el 1967 extrayendo material, siendo recién un infante. Fue uno de los vecinos que participó en la medición, loteo y construcción de las calles de la población El Cerrillo.

Por otra parte, las mujeres cumplieron un papel fundamental en el desarrollo de esta comunidad, porque, aunque no todas estuvieron en una calichera extrayendo material, realizaron distintas labores y supieron sacar con esfuerzo a sus familias adelante. Además de ocuparse de las tareas domésticas, muchas trabajaron en los campos como temporeras. Aquellas que iban al río a trabajar, picaban las piedras con picotas y después arneaban la arena para separar los productos. Después, al igual que los hombres, cargaban los camiones con palas.

“Abajo yo le llevaba once a mi esposo. También fui arenera, no todo el día, porque tenía niños chicos, pero sí ayudaba a trabajar, me gustaba hacerlo con el ripio, porque sonaba al caer; lo que era arena y estuco, pasaba no más. Me gustaba tirar las paladas de ripio al arnero”, recordó María Elena Mallea en compañía de José Gregorio, su esposo que producto al cansancio y avanzada edad no intervino en la conversación.

La pareja de areneros artesanales compuesta por María Mallea y José Gregorio. Créditos Gonzalo Ibarra.

La historiadora Natalia Soto se refirió a las mujeres areneras en una entrevista al sitio web Kalmapu, donde señaló que “lo más interesante es que las mujeres tenían su propia calichera, donde ponían la radio, hacían sombra con una especie de ramada, conversaban, hacían vínculos con las demás, cantaban, se reían. La calichera de mujeres la describen como un lugar de encuentro social entre ellas, súper íntimo”.

Retorno al primer hogar

La última parada de las memorias del río Maipo en compañía de Don Renato fue el hogar de Marisol Aguilera Beltrán. Producto de la crisis económica agudizada por la pandemia, sumada una enorme sensación de inseguridad en el sector en donde residía, con 56 años decidió retornar a la antigua casa que habitó con sus padres en el campamento, pero esta vez con su familia, compuesta por su marido, dos hijas universitarias y una risueña nieta de dos años.

Su esposo tiene conocimientos en carpintería y con otros familiares convirtió un viejo rancho -donde el padre de la entrevistada llegó a tener más de 100 chivos y cabras- en una casa con varios dormitorios, un baño con calefón, abastecida de energía eléctrica a través de paneles fotovoltaicos y un generador a bencina. La cocina es cuento aparte, es muy similar a las que se aprecian en los campos sureños, con piso de tierra y un enorme fogón en el centro que sirve para cocinar y también como fuente de calefacción en invierno.

“Vino la pandemia y estuve un año encerrada en un departamento en Colón. Fue muy complicado, en el sector hay mucho tráfico de drogas y en ese tiempo mi hija se embarazó. Fui abuela. Y no podía ni siquiera sacar a pasear a la niña, porque es un sector malo, hay muchos robos, y eso que el departamento está frente a la Comisaría de Carabineros”, manifestó la mujer al explicar por qué volvió al río y dejó la insegura ciudad de San Bernardo.

En la misma línea, agregó que fue una decisión que tomaron todos como familia, llegando a la conclusión de que serviría para ahorrar dinero. “A mi marido le gusta el campo, es de Chillán, entonces, decidimos venirnos para acá. Se hizo una casa y se ha ido arreglando de a poco, cerrando, y nuestra intención es mantener esto”, sostuvo.

Marisol Aguilera y su nieta en el patio de su hogar en la ribera norte del río Maipo. Créditos: Gonzalo Ibarra

Para ella el reencontrarse con el río Maipo ha sido positivo y le permitió disfrutar a sus hijas y nieta en un entorno campestre, aunque relató que no ha estado libre de complicaciones. “Para mí ha sido bueno, porque yo conozco a toda la gente del río y sé que, si estoy en un apuro, me van a ayudar. Por ejemplo, el tema de los robos, acá igual lo han hecho, pero llamo a la gente y me vienen a ver. Acá yo sé que igual corremos riesgos, este año entraron y se llevaron el generador, el gas, teléfonos, ese tipo de cosas, pero aun así es más tranquilo que en Colón, mucho más, acá podemos salir por lo menos”, afirmó Marisol.

Así luce la entrada del hogar que habita Marisol Aguilera y su familia junto al río. Créditos: Gonzalo Ibarra.

La mujer está postulando a una vivienda a través de un comité habitacional del Servicio de Vivienda y Urbanización (Serviu), “ojalá que en poco tiempo más salga”, dijo Marisol. De momento el departamento ubicado en el sector de Colón, en la comuna de San Bernardo, lo tiene arrendado y significa un ingreso más para esta familia. Una de sus hijas aprobó su tesis en Trabajo Social y está a la espera de la validación de su título. Al terminar la conversación la mujer aseguró que seguirán viviendo por un tiempo más en la ribera norte del río Maipo.

El drama de los areneros y el río

Tradicionalmente los areneros artesanales extrajeron material desde el río por cuenta propia. Lo hicieron sin muchos recursos, tecnología, derechos, ni menos descansos. Recién llegando al año 1960 es cuando los trabajadores se organizaron desde sus distintas ubicaciones y crearon los primeros sindicatos en las comunas de San Bernardo y Buin en búsqueda de mejoras laborales y sociales. “No había alguien que los guiara o que hubiera una concentración de personas donde se discutieran temas importantes, o que se luchara por mayores adelantos en las organizaciones. Por eso, se formaron los sindicatos, para que los asociados trabajaran de mejor forma”, indicó Renato Becerra.

La primera organización se efectuó en las cercanías del puente Maipo, hasta donde llegó gente de Los Morros a las reuniones, distribuyendo los espacios de trabajo en el río. De este modo, surgieron dos sindicatos en cada sector: Puente Maipo 1 y 2, Puente Los Morros 1 y 2, y La Vara 1 y 2. En sus inicios todos agruparon entre 150 a 200 socios. Después del Golpe de Estado los sindicatos prácticamente desaparecieron, aunque los trabajadores del río siguieron extrayendo áridos con palas y picotas en menor escala y, terminando este triste episodio de la historia chilena, volvieron a reactivarse para hacer frente a la mecanización que se implementó en distintas áreas productivas del país a partir de la década del 1980, cuyo resultado fue el aumento de la cesantía en este territorio de la provincia del Maipo.

Un grupo de areneros lucen sus herramientas en una calichera. Créditos: Del Hogar a las Calicheras.

“Después para nosotros era imposible competir con las máquinas. Una persona, ni diez, compiten ante una maquinaria, no se puede, es imposible. A nosotros, areneros artesanales, nos autorizaban una cantidad de metros lineales por un ancho de 150 metros, una cantidad de metros cúbicos, que podían ser 50 mil, 100 mil, 200 mil. Lo que más se ha sacado en el río es a través de las plantas areneras, que han sacado millones y millones de metros cúbicos. En comparación al arenero artesanal no se va a comparar nunca, porque es todo mecanizado”, dijo Renato Becerra.

En 2015 se estimó que, solo en las comunas de San Bernardo y Buin, en un período de 25 años se removió del río Maipo alrededor de 50 millones de metros cúbicos de áridos, número que obviamente aumentó mucho más en la actualidad, aunque ese dato exacto no lo manejan desde los organismos consultados, como el municipio de San Bernardo y los profesionales que trabajan con los areneros. Solo en la Región Metropolitana la demanda anual de áridos bordea los 11 millones de metros cúbicos, según advirtió el ingeniero civil Jorge Baltazar en un informe incluido en el plan que hablaremos después.

Sumado a este drama, las familias areneras que históricamente trabajaron en el lugar fueron afectadas por otro problema: la disminución del cauce del río. Aquella fuerza implacable que inundó parte del antiguo campamento y que arrastró consigo el puente Los Morros, quedó visiblemente reducida por la instalación de hidroeléctricas en la alta cordillera y los efectos del cambio climático. Renato Becerra apuntó como responsables a las centrales de paso Laja 1, Laja 2 y Queltehues, que redujeron en hasta en un 60% el agua del río, según él. “Lo último que a nosotros nos terminó de matar fue el Alto Maipo, que disminuyó casi en su totalidad el río; ahora en verano, ni en invierno crece”, comentó, explicando que anterior a ello el cauce natural los abastecía de buen material para comercializar.

Areneros artesanales extrayendo áridos desde el cauce del río Maipo.Créditos: Autor desconocido, cedida por Renato Becerra.
Areneros artesanales extrayendo áridos desde el cauce del río Maipo. Créditos: Autor desconocido, cedida por Renato Becerra.

Los sindicatos de areneros terminaron por convertirse en sociedades que se vieron obligadas a negociar con las empresas extractivistas mecanizadas. La primera fue Santa Gloria a la cual vendían el material en bruto porque no había alternativas de imponer un precio que reportara mayores ganancias. “Nosotros teníamos que pagar los PPM (Pagos Provisionales Mensuales), permisos municipales, entre otras cosas, y lo que sobraba, eso lo repartíamos a la gente. Los socios nunca recibieron más allá de 300 mil pesos, la mayoría de los años fueron 200 mil”, acotó Becerra.

 El ocaso del río

En la medida que los trabajadores fueron quedando sin trabajo debido a la modernización de la matriz industrial en el país, el río Maipo sufrió una fuerte contaminación, convirtiéndose en un lugar donde se depositaron los escombros de toda la Región Metropolitana tras los terremotos de 1985 y 2010, hallándose en un simple recorrido por el lugar, montañas de basura, incluyendo la de origen domiciliario, como colchones, neumáticos, sillones, entre otros, una situación que incluso provocó -años atrás- incendios subterráneos por comprensión de gases en la ribera sur.

No obstante, “el Estado dejó que esto pasara en el río. En 1985, después del terremoto, se tomó como un vertedero el río, porque ilegal siempre ha sido. Cuando uno habla del Estado, habla de todas las instituciones. Cuando no se tenía dónde ir a dejar la basura de la destrucción que dejó el terremoto, al igual que el del 2010, el río fue a recibir toda esa basura. Y eso abrió las puertas para que el río se vea como está. Ahora, la lucha que han dado los alcaldes es bastante grande para mantener el río, pero son autoridades locales, que no tienen la fuerza de los de arriba. No podemos culpar a los alcaldes de este problema”, sostuvo Don Renato.

Trabajos de remoción de basura y escombros en riberas del río Maipo. Créditos: Gonzalo Ibarra.

Sobre este punto el dirigente dejó entrever que algunos trabajadores de la piedra sí han colaborado con esta problemática, señalando que “mucha gente se me ha ido encima por eso, porque hay personas que lucran con la basura, que creen que su sistema de vida es ese, y no saben el enorme daño que están haciendo. Y si lo saben es peor, porque les da lo mismo. Para ellos ganar plata a costillas de la basura es como una pega más”.

El Plan de Abandono y el colapso de los puentes del río

El panorama no era muy alentador en términos económicos para los areneros del río Maipo en los años 2000, entonces, buscaron otras alternativas, entendiendo el territorio con un sentido de identidad, sustento y que contiene historias de vida y memoria. Así inició la creación del Plan de Abandono de las actividades extractivistas que contempla la recuperación de las riberas a través de una serie de iniciativas, como la creación de parques recreativos para la comunidad.

“Nosotros lo empezamos a hacer en vista de lo que venía, que era muy inestable, y entendiendo la realidad del río, pensamos que es lo único que nos podía dar trabajo y poder entregar a la gente dinero unos 10 años más, mientras se trabaja en la reconversión de los sindicatos”, comentó el dirigente.

De este modo, la asociación de areneros contrató a SIHGA Limitada para que efectuara este plan piloto que busca el abandono de la extracción entre el tramo de los puentes Los Morros y Maipo. El diagnóstico que efectuaron los ingenieros es que el cauce en este tramo y sus inmediaciones es de degradación y descenso generalizado, producto de las extracciones masivas en el lugar.

El hecho de que el terreno se encuentre en descenso pone en riesgo de colapso los viaductos mencionados si es que eventualmente el río volviera a tener la fuerza de hace décadas. Por eso se propone también la estabilización, encauzamiento y regularización del río, proyectando defensas fluviales para diversas infraestructuras del sector.

La imagen muestra cómo algunas zapatas del puente Los Morros están a la vista, por lo que se han puesto junto a ellas piedras gigantes para su contención.  Créditos: Gonzalo Ibarra

La primera etapa de este proyecto se ha ejecutado los últimos años y guarda relación con el manejo de la basura, escombros y otros desechos. La segunda con preparar los terrenos para la construcción de parque y áreas protegidas. La tercera es la plantación y cultivo de diferentes especies nativas. La última se asocia a la reconversión del oficio arenero con el cuidado del recinto. El proyecto cuenta con el apoyo de los municipios de Buin y San Bernardo, además de otras instituciones del Estado, como el Ministerio de Obras Públicas, siendo aprobado, aunque no en su totalidad el año 2015.

 Los desafíos de la reconversión

En la última década los sindicatos de areneros han buscado una alternativa sustentable para la reconversión del oficio de extracción de áridos de forma artesanal, alineándose con el Plan de Abandono. Es por eso que el 21 de noviembre de 2016 dieron vida a la Corporación Parque de Areneros del Río Maipo, que la componen -principalmente- socios de la agrupación de trabajadores de la piedra y profesionales de distinta índole, como trabajadores sociales e ingenieros. Nuestro guía arenero, Renato Becerra, por otro lado, terminó siendo escogido como su presidente.

El plan de acción de esta institución -según sostuvieron- tiene que ver con el contexto medioambiental del territorio, su riqueza cultural y patrimonial, además de los intereses de las comunidades ribereñas, siendo su objetivo vincularse con diferentes actores sociales e institucionales, para trabajar nuevas políticas medioambientales y culturales que permitan insertar el progreso, deporte y vida recreacional en la cuenca.

Un parque, un futuro

No fue tarea fácil poner la primera piedra del parque que hoy conocemos, distante a un par de kilómetros del puente Los Morros y que incluye áreas verdes con árboles y arbustos nativos, una laguna artificial, memoriales, quincho para reuniones y un escenario ¿Por qué? El recinto está emplazado en un bien nacional de uso público, en la ribera norte del río Maipo, administrado por el municipio sanbernardino, por lo que cuando surgió la iniciativa en el 2014, los areneros vieron truncada su construcción, pues no tenían la autorización para hacerlo.

Por lo mismo es que efectuaron intensas manifestaciones que incluyeron incluso la toma del puente Maipo -que es parte de la Ruta 5 Sur- y, tras varios meses de negociaciones, el objetivo se logró. Este pequeño lugar abandonado, ocupado por basura doméstica y escombros, fue transformándose de a poco en un bello parque, que representa muy bien a los areneros al incluir símbolos de su oficio, como las herramientas pata de cabra y arnero.

Trabajadores de la piedra trabajando en la construcción del Parque Areneros del Río Maipo en San Bernardo. Créditos: Autor desconocido, cedida por Renato Becerra.
Trabajadores de la piedra trabajando en la construcción del Parque Areneros del Río Maipo en San Bernardo. Créditos: Autor desconocido, cedida por Renato Becerra.

Sin embargo, como un balde de agua fría las malas noticias seguirían. En 2017 los sindicatos y empresas areneras, fueron denunciadas ante la justicia por extracción ilegal y robo de agua en el marco de la construcción de este parque, siendo exhibida la situación hasta en un reportaje televisivo. “Esto fue a mediados del 2017 y llegó hasta la Policía de Investigaciones al río. Fue una mala experiencia, porque se paralizó todo, lo que nos afecta hasta el día de hoy, porque nos retrasó con el proyecto del parque”, comentó Renato Becerra.

La investigación, en todo caso, dio un vuelco, porque para la construcción del recinto contaban con una autorización municipal y el proyecto de reciclaje para el manejo de la basura tenía el visto bueno de la Seremi de Salud Metropolitana. En defensa de lo anterior, los areneros sostuvieron que para concretar la iniciativa se debió retirar basura, piedras y arenas que no permitían el crecimiento de vegetación y eso fue reemplazado por tierra fértil, “lo que sacamos se entregó con facturas y boletas, con toda la documentación que nos exige la ley, no estábamos engañando a nadie”, explicó el dirigente.

Algunos logros

Paradójicamente, la inauguración del Parque Areneros del Río Maipo fue con bombos y platillos, y asistieron diversas autoridades comunales y regionales en 2018. Desde entonces, el recinto se ha ido ampliando y la Corporación efectuó diversos proyectos, vinculándose con las comunidades ribereñas, creando diversas instancias para su gente a través de convenios en torno a la educación, el deporte y la cultura.

“Los principales logros de la corporación guardan relación con los convenios de cooperación que tenemos con los municipios de Buin y San Bernardo, con la Corporación de Educación y Salud de San Bernardo, con las mesas de trabajo con la educación técnica, en especial con el Centro Educacional Clara Solovera”, informó Natalia Soto, coordinadora de proyectos de la Corporación Parque de Areneros del Río Maipo.

En ese contexto, la Corporación está trabajando con la Escuela Eliodoro Yáñez, creando una huerta agroecológica en el parque; el Centro Educacional Clara Solovera, realizando modulos de energías renovables en el recinto, donde los estudiantes instalaron paneles fotovoltaicos para abastecerlo de energía eléctrica; y los establecimientos de la Fundación Profesor José Recabarren, con la realización de actividades artístico-culturales en el río Maipo.

En 2021 los estudiantes de la Escuela Eliodoro Yáñez se licenciaron en el Parque Areneros del Río Maipo | Créditos: Kalmapu.com

El director del Clara Solovera, Gonzalo Muñoz, indicó que la vinculación con la Corporación marcó un hito importante para el establecimiento, porque significó modificar la malla curricular en torno a las energías renovables y esto generó que, una escuela alejada del centro de San Bernardo, sea visibilizada por los ministerios de Energía y Educación con visitas de distintas autoridades, como el actual seremi de Energía Metropolitano del Gobierno de Gabriel Boric.

“Los estudiantes están recontentos, porque hay dos cosas importantes. Además de poner en práctica su tema técnico, les permite visibilizar un hito geográfico importante, que es el río Maipo. La mayoría de los estudiantes viven en este sector y muchos no conocían la situación del río, su tema histórico, cuál es el objetivo de la corporación de areneros y cómo, ellos, están en cierta medida recapturando el patrimonio histórico”, comentó el director.

Estudiantes de cuarto medio instalando paneles fotovoltaicos en el Parque Areneros del Río Maipo. Créditos: Kalmapu.com

Natalia Soto agregó que también existen mesas de trabajo con el Gobierno Regional y la Delegación Presidencial para hacer frente a las problemáticas de contaminación y seguridad en la ribera, y que “después de la Ordenanza Municipal 42 (de San Bernardo), que promueve cualquier actividad para cuidar la orilla del río y que se firmó este año (2022), hemos trabajado bastante en mantener las obras del parque”.

Otro de los logros es la formación de dos comités habitacionales, a los que postularon 358 personas para la obtención de casas y departamentos en el sector de Lo Herrera, en San Bernardo, “la idea es vincularse con las comunidades areneras con las necesidades que puedan tener, como el tema de las viviendas sociales (…) La corporación busca la forma de ayudarlos con gestiones municipales, si necesitan que los vayan a ver cuando están enfermos”, manifestó Soto, desde la Corporación Parque de Areneros del Río Maipo.

El gran desafío

Las reconversiones no son fáciles de lograr. Son más bien difíciles. Muy bien conocemos el ejemplo de Lota, en la región del Biobío, donde los trabajadores mineros supieron forjar un estilo de vida en torno al oficio y la tradición sindical. Lo que pasó en el sur del país después de la devaluación del carbón y el alto costo de producción terminó empobreciendo a la gente. Pero esa es otra historia. Lo que pasa hoy en la comuna de San Bernardo es un gran desafío y está recién en pañales.

Para explicar, el Plan de Abandono hoy no está funcionando, porque la denuncia efectuada años atrás y la pandemia retrasaron los planes de los areneros, “no se puede echar andar, porque debe ser aprobada la evaluación de impacto ambiental por varios entes, como el Ministerio de Obras Públicas y la Dirección de Obras Hidráulicas (…) cuando empieza un caso ambiental entran varios organismos a estudiar el tema”, explicó el arenero Renato Becerra.

La coordinadora de proyectos afirmó que lo anterior retrasó la reconversión de los areneros y que la Ordenanza Municipal 42, que permite a la Corporación ejecutar proyectos en la ribera norte del río Maipo, abrió nuevas puertas para poder avanzar en aquello durante el 2023.

“Ha sido super complicado, entendiendo también que muchos de los areneros son de la tercera edad. De que sí quieren reconvertirse es un hecho, sí están buscando otra alternativa para trabajar y que sea sostenible en el tiempo (…) hay algunos que están de acuerdo y muy motivados, pero es minoría en relación con la gente que está inscrita en los sindicatos. En general creemos que, si se hace bien esto, se logrará unir a la gente”, indicó Natalia Soto. Para Renato Becerra, en tanto, son los jóvenes los que están más motivados, “la gente quiere que esto se apruebe para poder tener recursos”, dijo.

Don Renato dejó claro que la reconversión será paulatina y, en la medida que avance la construcción del parque, se crearán nuevos empleos para la gente, principalmente en su mantención y resguardo. El financiamiento tiene solo una alternativa: a través de proyectos públicos y privados. Eso sí, en la medida que éstos sean aprobados y se avance en la creación del recinto, los areneros seguirán extrayendo material del río en menores cantidades para preparar el suelo. La transformación, de este modo, se prevé lenta.

“Para hacer un proyecto, nosotros lo primero que tenemos que hacer es preparar el terreno. Por ejemplo, nosotros ahora queremos hacer humedales, qué significa eso, que primero uno debe preparar el terreno e igual debemos extraer material, hacer los metros que se dan, de acuerdo con el proyecto, y posteriormente se rellena con tierra y se da la estabilidad que necesita para que quede un humedal. Después eso se rellena con agua. Entonces, mientras sucede lo anterior, se trabaja en un proyecto para poder ver el tema del agua”, comentó Renato Becerra.

Los areneros artesanales recibieron recursos hasta diciembre de 2022 a través de la empresa Santa Laura, comprador de áridos que aseguró un porcentaje mínimo del monto acordado por las extracciones en el marco del proyecto Plan de Abandono.

“Recibimos unos mínimos garantizados, porque ahora no tenemos los permisos legales para extraer material, porque está ligado a una evaluación de impacto ambiental, entonces, mientras no sea aprobado eso, no se puede sacar una piedra. Los contratos se hicieron así: el comprador hizo un acuerdo que debe pagar un mínimo garantizado, y uno hace valer eso. A veces se deben juntar 4, 5 meses para poder entregar 100, 150 mil pesos a cada socio. Pero desde enero ya no tendremos eso”, agregó el presidente de la Corporación.

Por estos días en el Parque Areneros del Río Maipo están trabajando personas que fueron areneras en labores de mantención, aunque el número no supera los 20 y es mínimo en comparación a los cientos de socios activos que tienen los sindicatos. Al cierre de esta edición se conoció que la Corporación Parque de Areneros del Río Maipo enfrenta una fuerte crisis financiera que amenaza su existencia. Por estos motivos se debió reducir la cantidad de gente que allí trabaja, principalmente de profesionales que colaboraban con su funcionamiento. Esto suma un nuevo desafío para Renato Becerra, porque aseguró con un fuerte tono lo siguiente: “Lucharé por mantener vivo el proyecto”.

“La verdad es que hubo que hacer varios despidos por falta de recursos. Lo que yo le puedo decir es que nosotros no vamos a dejar tirado esto. Vamos a ver cómo nos arreglamos y solucionamos los problemas de a poco. Hay problemas de financiamiento, sí, pero yo sé que tendrán solución. Usted sabe que cuando hay gente que no le interesa esto, siempre quiere dar un corte brusco y final, y hablo de la corporación, pero acá hay mucho compromiso con la gente y uno tiene que respetarlo”, sentenció finalmente Renato Becerra, en un 2023 que recién comienza y que ya no cuenta con financiamiento para continuar con la reconversión de los areneros, ni el sueño de revivir esta zona de sacrificio de la provincia del Maipo.

Renato Becerra está parado justo en donde antiguamente estaba La Ruca, lugar de descanso en la parcela que construyó su padre en el río Maipo. Créditos: Gonzalo Ibarra

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